La izquierda y la derecha progres -El País y El Mundo, pero también pueden añadir Rubalcaba o Mariano Rajoy- pueden soportar a un capitalista o a un socialista, a un internacionalista o a un xenófobo, a un banquero o a un sindicalista: lo que no puede soportar es a un cristiano que no se avergüenza de serlo y que, pese a ello, ha alcanzado un puesto institucional harto.
Por eso se le ha montado una campaña de la que no puede salir. Una campaña hipócrita, porque independientemente de lo que digan los tribunales se puede extender indefinidamente, precisamente por su poquedad. Por ejemplo, ¿de verdad puede distinguirse, en la agenda de la cuarta autoridad de la nación -al menos a efectos protocolarios- entre una comida pública y una privada, o entre un viaje privado a Marbella y uno público (hombre, si hablamos de un crucero por las islas Vírgenes, pero no parece el caso).
Por decir algo, si el señor Dívar ha quedado con otro juez amigo para comer: ¿debemos considerar que come con él como tal amigo o como subordinado? ¿Podemos controlar si durante el primer plato hablaron de la Eurocopa o sobre la situación de la justicia en España?
¿Y los gastos de seguridad? Cuando el señor Dívar viaja con su señora de fin de semana, ¿debe contar con sus escoltas en sus días libres? Si no fuera así ya me sé yo cuándo atentaría contra su vida un grupo terrorista.
Que no se trata de eso: se trata de que el señor Dívar, lo sabe todo el mundo, acude a una parroquia en pleno centro de Madrid siempre que se lo permite su cargo. Y por cierto, los gastos en seguridad se han incrementado desde que su querido colega Gómez Benítez comenzara esta caza de brujas. Por ejemplo, el vienes 1 de junio, cuando acudía a la eucaristía en el precitado, que no identificado, templo, su escolta personal reforzó su presencia con una dotación de policías nacionales uniformados.
Natural: la caza del hombre tiene estos resultados: la calumnia dispara las sospechas y la imagen crea la realidad hasta que la víctima no sabe cómo defenderse. Tras la andanada progre contra el honor, Carlos Dívar no sólo se arriesga a que un terrorista le meta un tiro sino a que cualquier energúmeno le apostrofe en plena calle.
Es más, la infamia lleva a la infamia y, tras la denuncia de su querido colega Gómez Benítez (todo un progresista, con decirles que es amigo de Baltasar Garzón) ya han empezado a circular otra calumnias sobre Dívar. Y es que el difamador se da cuenta de que con las chorradas de las que se le acusa a Dívar resulta difícil recomponer su imagen.
Naturalmente, Rubalcaba no se ha dado por satisfecho y exige más explicaciones... de las que tampoco saldrá satisfecho. Su segunda, Elena Valenciano, mujer honestamente preocupada por la mora, asegura que está muy bien eso de que la Fiscalía haya sobreseído el caso pero no cabe duda de que lo importante es juzgar a Dívar "moralmente", y la jueza, no lo duden, de la moralidad de Dívar, será ella misma.
Gallardón, en su mejor estilo "arrea la bofetada y mira hacia Gibraltar", manifiesta su preocupación por el prestigio de las instituciones. Todo un alarde. El País -progresía de izquierdas- masacra al beato Dívar y El Mundo -progresía de derechas- asegura que si alguna querella llega a ser admitida a trámite (lo son el 90% de las querellas), debería dimitir de inmediato.
No soporto estas cazas del hombre. ¿Que cuándo estamos ante una desinteresada denuncia por corrupción y cuándo ante una caza del hombre? Pues cuando la víctima no se puede defender. Haga lo que haga Carlos Dívar ya no puede hacerlo todo por defenderse -por ejemplo, no puede identificar a alguno de sus comensales sin comprometerle- nunca podrá demostrar su inocencia. Esta es, precisamente, la nota distintiva de las grandes campañas de calumnia persecutoria: la víctima no se puede defender y, aunque consiga la exculpación judicial, la sombra de la duda caerá sobre ella por los siglos de los siglos. Y si es católico, además de culpable será un beato hipócrita.
Eulogio López
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