Alguien parece empeñado en denigrar a Juan Pablo II (en la imagen), justo en vísperaS de su canonización.
Y una vez más, las andanzas contra el Papa que detuvo el reloj de la Bestia, no procede de lo que la progresía llamaría 'la izquierda clerical' sino, precisamente, de la 'derecha eclesial'.
Pueden ustedes llamarles lefevrianos o como les venga en gana, pero de ahí procede la miasma anti-Wojtyla.
Por ello, considero fundamental la lectura de este artículo de Juan Carlos García de Polavieja. Pasen y lean:
GIGANTE POR SU SANTIDADJ.C. García de Polavieja P.
Se acerca la canonización de uno de los Papas más providenciales de la historia, Karol Wojtila, Juan Pablo II, que sostuvo el timón de la Barca de Pedro durante un período de veintisiete años: un Papa forjado para la santidad desde su infancia. Tutelado, cuidado e instruido amorosamente por la Virgen María desde la pérdida temprana de su madre, durante su azarosa adolescencia y por el resto de su vida. Son tantos y tan decisivos los logros de la Iglesia bajo su gobierno y es tal el odio que su persona sigue concitando entre los enemigos de Jesucristo que conviene poner ahora de relieve sus tres mayores aportaciones, que bastan por si solas para desautorizar las falacias propaladas en su contra:
Su primera grandeza entronca directamente con su devoción mariana: Devoción vivida en la confianza cotidiana en la Madre celestial; afianzada en la espiritualidad de San Luis María Grignón de Montfort, por cuya consagración en esclavitud obedeció a María cada minuto de su existencia, entregándose a Ella por completo y convirtiendo su lema Totus tuus en ejemplo vital para los fieles. El Pastor cayado Gracia – reflejo de la Llena de Gracia- profetizado por Zacarías (11, 7) se hizo así realidad en el cenit mismo de la historia. Gracias a esta obediencia entrañable, pudo comprender en profundidad los signos de los tiempos – que nadie extraño a la Reina logra penetrar – teniendo muy claro, desde antes de acceder a la cátedra romana, que "estamos en la contienda final entre La Iglesia y la anti-Iglesia, entre el Evangelio y el anti-Evangelio" (Congreso Eucarístico de Filadelfia, 1977). Una percepción desarrollada en profundidad en el capítulo IV de su libro Signo de Contradicción. Esa seguridad escatológica le permitió enfrentar la gran apostasía del fin de los tiempos (que NO es el fin del mundo) con planteamientos sobre-naturales, que frustraron durante décadas el programa del misterio de iniquidad y confundieron todos los propósitos del abismo. Impulsando la vida cristiana en su dimensión de encuentro con Jesucristo y prolongación de su Amor, por encima de las contradicciones de la dialéctica satánica y mirando más allá de los juicios humanos, de las impaciencias y del afán de resultados inmediatos. Porque su duc in altum era consigna para una cristiandad movida por la esperanza del Reino cercano. Aunque esta capacidad de afrontar los retos de la Iglesia desde la dimensión esencial de la gracia no fuera comprendida por gentes de menor talla espiritual, que veían únicamente carencias o "desaciertos" de gobierno allí donde su inspiración sabía saltar sobre las trampas del mundo.
Por ello, la primera grandeza de Juan Pablo II, que bastaría por si sola para probar su santidad, debe entenderse en el plano escatológico: Es su victoria sobre el reloj de las Bestias (Ap 13, 5): Victoria propiciada por Nuestra Señora al salvarle de la muerte en 1981, prolongando así más de dos décadas su obra de rescate espiritual y aplastando contra el cronómetro las expectativas del anticristo. La inminencia, hoy, de "acontecimientos escatológicos definitivos" está, en realidad, garantizada por una Madre que no puede dejar que ese tiempo ganado por Ella, gracias a su siervo Karol, se malogre por un exceso de prórrogas…
La segunda grandeza de este santo Papa la constituye su enseñanza, convertida en baluarte contra la confusión, sobre todo, para nuestros críticos años actuales. Juan Pablo II fue el restaurador providencial de la renovación de la Iglesia inspirada por el Espíritu Santo. Renovación desvirtuada en gran parte con la distorsión del "espíritu del Concilio" por los manejos apóstatas. Sus catorce encíclicas han formado un sólido cuerpo doctrinal destinado a fortalecer las conciencias frente a la seducción final: Seducción de autosuficiencia antropocéntrica, negadora de la obra del Espíritu divino y revestida para ello, tanto de falso humanismo progresista como de falso tradicionalismo integrista. De ahí el valor inmenso de encíclicas como Veritatis Splendor (1993) develadora de las falacias corruptoras de la doctrina moral de la Iglesia; Fides et Ratio (1997) destructora de los sofismas corruptores del pensamiento, incluidos los de una falsa escolástica rancia; sin olvidar la profética Ecclesia de Eucaristía (2003) llamada a proteger el alimento de la vida cristiana, objetivo último –actual - de la abominación (2Ts 2, 4). Y, además, el Catecismo de la Iglesia Católica (15 de agosto de 1997) refugio sólido de las conciencias contra los cantos de sirena que tergiversan el Evangelio. Se acerca velozmente el momento en que los pastores de la Iglesia deberán desempolvar toda esta enseñanza para salir al paso de las falsificaciones.
Juan Pablo II hizo frente con autoridad a las desviaciones más peligrosas: Su perspicacia segó la hierba bajo los pies de los "teólogos" de la liberación desde la asamblea del CELAM de Puebla (27 de enero de 1979); y su reconvención con el índice levantado a Ernesto Cardenal dio la vuelta al mundo. La dialéctica marxista encontraba, por fin, en él, el obstáculo que la desmantelaría por completo. Y con idéntica firmeza supo poner en su sitio a las desobediencias de signo contrario, defendiendo los auténticos caminos de renovación de disidencias cuya soberbia enmendaba la plana al Espíritu Santo. Karol Wojtila, siempre de la mano de la Reina de los Cielos, no temía escandalizar las "ortodoxias" relamidas, rompiendo cornucopias decimonónicas con gestos enaltecedores de la dignidad humana. Con él, la completa Verdad católica tomó la vanguardia de la historia, arrastrando consigo a todos los hombres de buena voluntad.
Las consagraciones del mundo que efectuó (13 de mayo de 1982 y 25 de marzo de 1984) intentaron, dentro de lo que estaba en sus manos, reunir las condiciones exigidas por la Virgen en Fátima para la conversión de Rusia. La fuerza sobrenatural de aquellos actos fue determinante a pesar del boicot de sectores hostiles de la Iglesia, pues combinadas con el Año Mariano (junio de 1987-agosto 1988) produjeron apenas un año más tarde el derrumbamiento estrepitoso e inesperado del comunismo soviético. Nunca en la historia contemporánea -con excepción de la derrota marxista de 1939 en la guerra civil española- se ha producido un descalabro tan estrepitoso de las fuerzas del mal, ni un retroceso del proyecto anti-cristiano tan preñado de consecuencias.
La ira del abismo, con su programa de destrucción frustrado en el tiempo, se hizo patente a finales del 2001, con los atentados del 11-S en Nueva York. El odio se revolvía contra la estrategia triunfante de la Gracia, obligando al Vicario de Cristo, perfecto conocedor de la dimensión escondida de los acontecimientos, a emplear el recurso más definitivo del cristianismo: su propia inmolación personal.
Esto es, la tercera grandeza de Karol Wojtila, aquella más directamente determinante de su santidad, ha sido, por supuesto, su asociación final a la pasión y crucifixión de nuestro señor Jesucristo: Cuatro años (2001-2005) de tortura psicológica y espiritual en la cúspide de la Iglesia. Un ofrecimiento consciente y plenamente asumido de su decadencia física, de sus dolores e incapacidades, expuestos a la contemplación de las gentes sin temor a la humillación. Auto-inmolación heroica, ofrecida en manos de la Virgen María como sacrificio supremo del Vicario en seguimiento de su Maestro… Sacrificio de tal valor, capaz de darle a la Iglesia de Jesucristo las asistencias y recursos que han modificado el curso de la historia y convertido el programa del anticristo en una rabieta. Una rabieta pegajosa, ahora a punto de iniciarse: Engañadora, violenta y cruel, ciertamente, pero breve y frágil como una burbuja destinada a romperse por la llegada del Reino.