Al tiempo, surge el Síndrome de Estocolmo: el malo de la película es Uribe, que no permite la liberación de los rehenes, cuando sólo se les ha pedido que helicópteros venezolanos violen el espacio aéreo colombiano, desmilitarizar una zona en batalla, y ofrecer una acto propagandístico colosal a una guerrilla que pretende lavar su imagen ante la comunidad internacional. A mí me parece que si no los hubieran secuestrado no tendrían que liberarlos con tantas garantías ni tanto show.
Como guinda de la tarta, el cineasta Oliver Stone, un utilísimo majadero. Antes fue Richard Grasso, el rey de Wall Street, otro imbécil que dio alas a uno de los grupos guerrilleros más crueles del mundo.
Hispanoamérica está obligada a luchar contra la guerrilla. Ahora mismo, en Colombia, sólo cabe la solución militar. Lo cual no significa que no haya que abrirse al diálogo y a los medios pacíficos de resolver conflictos, que no son otros que la palabra. Ahora bien, dos no hablan si uno no quiere, jamás querrá si no terminamos con esta opereta cruel, tan habitual en el mundo hispano, donde los lobos se disfrazan de corderos y los asesinos de filántropos. Es un vodevil aburrido pero, sobe todo, en algunos casos, además de aburrido se convierte en homicida.
Eulogio López
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