Millones de hispanos celebran la hispanidad en Nueva York. En España, creadora de la hispanidad (como su mismo nombre indica), el término hispano está mal visto. Suena antiguo, incluso a extrema derecha.

En la Argentina celebran el Día de la Raza. Ellos lo tienen clar la única colonización que produjo mestizaje fue, precisamente, la española. Isabel I de Castilla, la mejor reina que ha tenido España, esa que tanto fastidia a nuestra progresía, concebía la colonización como una evangelización. Por eso, exigía a sus súbditos que trataran a los aborígenes americanos como hijos de Dios. De ahí los matrimonios entre colonizadores e indias y de ahí la cadena de nombres que indican mestizaje entre conquistadores y conquistados: lobo, mestizo, mulato, criollo, albino tornaatrás, cambujo, arvarrasado, barsino, etc. Para Isabel I, los indios eran hijos de Dios. Por tanto, nadie podía abusar de ellos. Naturalmente, hubo abusos, pero contra la alianza de la Corona y la Iglesia.

Por contra, los colonizadores ingleses, franceses u holandeses se preocuparon de eliminar o encerrar en guetos a las poblaciones conquistadas. No existe la raza anglo-india ni la raza franco-magrebí: sí existe la raza hispana. Lo mejor que hemos hecho los españoles (y en parte los portugueses) en toda nuestra historia.

Y algo de la colonización para la evangelización ha quedado hoy en día. Iberoamérica se enfrenta a muchos problemas, entre otros las dramáticas desigualdades sociales o la eclosión del populismo de izquierdas de los años setenta, sólo que ahora en el poder: Kirchner, Chávez, Toledo y me temo, ¡ay dolor!, que también Lula. Pero, por ejemplo, y a pesar de los intentos de muchos de esos demagogos, Hispanoamérica continúa siendo, hoy por hoy, un paraíso de la defensa de la vida del no nacido y de la vida de los ancianos y enfermos terminales. No es casualidad que el Imperio de la muerte se haya lanzado contra Iberoamérica, con todo su poder financiero y mediático.

En España, prisioneros de nuestros prejuicios, como somos todos un poco tontainas, nos quedamos con la Fiesta Nacional, que se celebra el 12 de octubre ocultando, al mismo tiempo, cómo no, el origen religioso de la misma (como de todas las fiestas en Occidente): La Virgen del Pilar, que comparte con la mexicana advocación de la Virgen de Guadalupe, el título de patrona de la Hispanidad. Ya saben: en casa de herrero, cuchillo de palo.

En España, ese maestro del eufemismo llamado José Bono, a la sazón ministro de Defensa, ha pergeñado un desfile militar por la concordia.

Y algo de razón tiene nuestro nunca bien loado ministro de Defensa. El pasado año, el desfile tuvo un rasgo muy especial. Se marchó SAR Felipe de Borbón a Estados Unidos y amenazó con no volver (ya saben, problemas de avión) para co-presidir el acto central de la Fiesta Nacional española, si su padre, a la sazón Rey de España, no aceptaba como futura reina a una periodista asturiana llamada Letizia Ortiz. Haciendo de tripas corazón, y colocando su responsabilidad en el armario (no, aún no ha salido de ahí), don Juan Carlos aceptó a la hoy Princesa de Asturias con esa frase, pronunciada en privado, que seguramente pasará a la historia del Reino de España: Este cabrón se carga la Monarquía. Un príncipe heredero que condiciona su asistencia al acto central de la Fiesta Nacional, es decir, el guardián de las esencias patrias utilizando el desfile de la Fiesta Nacional como chantaje para obtener el plácet paterno, es algo que da que pensar, sí señor.

Pero también es desfile de la concordia por otras cuestiones. Por ejemplo, este año participan en la parada militar del madrileño Paseo de las Castellana tropas francesas, en lugar  de tropas norteamericanas. Es un gran favor que nos hace Francia, un hermanamiento hispano-galo, de tipo espiritual, a cambio del cual debemos destejer nuestro tejido industrial para crear puestos de trabajo en Francia y reducirlos en España. Es decir, que nosotros le ofrendamos a nuestro vecino del norte una fruslería material (puro dinero), mientras ellos nos apoyan moralmente y tienen el detalle, inequívocamente solidario y espiritual, de permitir que unos cuantos enfants de la patrie paseen por la Castellana. De hecho, desfilarán un ex combatiente de la División Azul y uno de los republicanos que liberaron París. Hecho sobre el cual no tengo comentarios valorativos, pero sí una impresión: los españoles del siglo XXI seguimos pendientes de nuestro propio ombligo, mientras Isabel La Católica, hace más de 500 años, quería conquistar el mundo para Cristo. Como dirían los ingleses, vivía fuera de sí, que no significa demencia sino entrega.

Nuestra sociedad vive pendiente de los nacionalismos vasco y catalán, que están muy enfadados con el desfile. La insigne chorrada del presidente catalán Pascual Maragall, pidiendo la presencia de la bandera de la II República, es llamativa, pero no preocupante. Miren ustedes, ni el nacionalismo vasco ni el catalán poseen fuerza como para romper España. Bruselas y la Unión Europea, por arriba, representa un peligro mucho más cierto que Ibarreche o Maragalll, que Arzalluz o Carod. Lo de Cataluña y Euskadi no es más que un sarpullido pasajero, que habrá terminado en una generación.

Pero aún más que Bruselas, el peligro para una España que celebra su Fiesta Nacional es la ausencia de isabelismo. Es decir, la ausencia de principios cristianos. Y esa ausencia no debe preocupar a la Conferencia Episcopal, sino al Gobierno de la nación, que gobierna un país hecho a medida de esos principios cristianos. Me hace cierta gracia esos patriotas preocupados por la política territorial o la política ante Marruecos del Gobierno Zapatero. Sí, ambas son un desastre, especialmente la segunda, pero el origen de esas dos políticas está en la obsesión por que a España no la conozca ni la madre que la parió. La Reconquista frente al árabe no la hicieron patriotas españolas, sino cristianos que no estaban dispuestos a que se vilipendiara su fe. El principal enemigo de la patria española es quien golpea a la fe cristiana del pueblo a la Iglesia o jerarquía visible que administra esa fe. Lo cual no quiere decir que haya que ser cristianos a la fuerza. Simplemente, lo que se necesita para mantener la unidad de España, la identidad española y el ser mismo de España (es decir, lo que se celebra en la Fiesta Nacional) es, sencillamente, no atentar contra los principios cristianos, que son los que han hecho España (y, de paso, todo Occidente).

Esto es lo que celebramos el 12 de octubre.

Eulogio López