La última estrategia de los enemigos del matrimonio consiste en difundir a través de los medios de comunicación la patraña de que el matrimonio no se fundamenta sobre la diferencia de sexos, masculino y femenino. Quieren hacernos creer que lo que lo constituye es la sexualidad de los individuos. Este engaño lo ha desenmascarado la conocida filósofa francesa Sylviane Agacinski.
Veamos cómo funciona. Primer paso: abolir la distinción entre hombre y mujer sustituyéndola por la distinción entre homosexuales y heterosexuales. Segundo paso: reivindicar el matrimonio homosexual. Tercer paso: buscar un anclaje jurídico a la palabra heterosexual. Y cuarto: heterosexuales y homosexuales tienen los mismos derechos a contraer matrimonio y tener hijos. Realidad de cartón piedra, que se viene a bajo al más mínimo vendaval, porque el matrimonio y la paternidad no se basan en la sexualidad de los individuos, sino en el sexo; es decir, en la distinción antropológica entre hombres y mujeres.
Iluminada por el derecho romano, nuestra civilización ha dejado bien claro en miles de textos jurídicos que el matrimonio ha sido siempre la unión legal de un hombre con una mujer, a la que hace la madre de sus hijos. Pese al crisol de razas, lenguas y culturas que conviven en la Europa de los 27, para los guardianes de la identidad occidental el matrimonio sigue siendo la unión de dos sexos en razón de su complementariedad en la generación.
Es falso que el matrimonio y la filiación sean ajenos a la diferencia de sexos y a la generación. Es universalmente reconocido como bilateral (lado paterno y materno) el lazo de filiación que une a un hijo con sus padres. El lazo biológico permanece incluso cuando hay paternidad sin matrimonio entre hombre y mujer.
Ni los buenos sentimientos ni los deseos ni los placeres compartidos por los padres justifican la filiación doble, materna y paterna. Esta proviene exclusivamente de la condición sexuada de la existencia humana y de la heterogeneidad de toda generación filial. Ya lo dice el Génesis: Creó Dios al ser humano, macho y hembra, los bendijo y les dijo: sed fecundos y multiplicaos.
Clemente Ferrer Roselló
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