Dos vecinas suben en el ascensor en una torre de Madrid. La una se da cuenta de que la otra lleva en el brazo varias revistas pornográficas:
-¿Y eso para quién es, Marta?
-Para mi marido.
-¿Y cómo es que le llevas esa porquería a tu marido?
-¿Y a ti qué te importa?
-Me importa muchísimo, Marta, porque si un día se las lee y tú no andas cerca, la más próxima soy yo. Imagínate que me encuentro con él en el ascensor después de haberse empapado de eso que llevas ahí
La anécdota es real. Y viene a cuento de algo que he tenido muy claro siempre: si yo quisiera crear una dictadura desde cero, comenzaría programando la más completa libertad sexual y, muy en especial, la pornografía. No hay nada como tener a las mentes ocupadas en su bragueta, aunque sea con el pensamiento; nadie más dócil al poder que el obseso sexual. Europa todavía vive de la revolución progre-sexual de los años sesenta y setenta, lo que ha creado una cantidad de salidos (más que el pico de un queso, que dicen los jóvenes) que no presagia nada bueno en el terreno de las libertades públicas, por no hablar en el de la libertad de la persona. Un obseso se parece mucho a un poseso. Las libertades, por contra, están en franco retroceso en Europa desde que el progresismo tomó el poder.
Ahora bien, si el titular parece demasiado fuerte, les invito a recordar las últimas noticias.
En Francia, se discute la posibilidad de castrar químicamente (así no se ve sangre, oiga usted, que la democracia francesa es muy sutil) a los violadores convictos. Sólo el derecho musulmán había llegado a tanto. Hemos lanzado a todo el mundo al sexo libre y sin restricciones y ahora pretendemos castrar a los que se creyeron el mensaje de la sexualidad sin límites.
También en Francia, a los curas se les prohíbe llevar sotana en los colegios públicos, es decir, se le dice a un ciudadano cómo debe ir vestido por la calle, todo ello en aplicación de la muy progresista Ley del Velo. De todas formas, lo de la sotana es lo menos grave. Lo que en Francia pretenden prohibir en verdad es el secreto de confesión, uno de los puntales del Cristianismo. Ya se condenó a un sacerdote por no denunciar a la Justicia a un penitente.
La propia Unión Europea no deja de lanzar admoniciones contra el secreto profesional de los periodistas (Directiva sobre Abuso de Mercados) con la excusa de proteger a los accionistas. Ahora, el Gobierno español pretende romper el secreto profesional de los abogados, obligándoles a denunciar a sus clientes cuando han cometido un delito (es bastante habitual que los clientes de los abogados hayan cometido un delito, o al menos que así lo considere el Ministerio Fiscal).
Un reverendo inglés y otro escandinavo han sido condenados por ejercer su libertad de expresión: hablaron contra la homosexualidad, y no pasará mucho tiempo antes de que el propio Vaticano sea llevado ante la Corte Penal Internacional por homófobo. Es una noticia que caerá, antes o después, como pera madura, como desenlace lógico de un proceso que, en nombre del progresismo, atenta directamente contra la libertad. El camino hacia el totalitarismo está abierto de nuevo.
Más retrocesos de la libertad: la justicia belga acaba de prohibir el Partido Flamenco de tintes xenófobos (pretendía expulsar a los inmigrantes), Vlaams Blok. En honor a la verdad siempre hay que recordar el viejo aforismo de que siempre hay que optar por lo que preserva la democracia, incluso por encima de lo que votan los demócratas. Recordemos que Hitler llegó al poder a través de unas elecciones libres. Los turcos, nuevos aspirantes a ingresar en la Unión, ahora tan alabados por la progresía europea, saben mucho de eso : venció un partido fundamentalista en las urnas y el Ejército dio un golpe de Estado para preservar la democracia. Personalmente, lo que me pide el cuerpo es, en efecto, prohibir todo partido xenófobo, pero también todo partido abortero, todo partido especulador, etc. Así que es peligrosísimo que los tribunales decidan qué partido es legal y cuál no, qué es lo que se puede decir, y qué hay que callar.
Rocco Buttiglione no puede ser comisario de Justicia y Libertades por decir lo que piensa sobre la homosexualidad o sobre la liberación femenina (lo que dicen que dijo no tiene nada que ver con lo que realmente dijo, pero eso es lo de menos). Como el propio Buttiglione afirmó : Ahora Europa es un poco menos libre.
En España se puede predicar cualquier cosa en los colegios, incluso las mayores sandeces, menos el Evangelio.
Holanda: Hemos aprendido que a los fanáticos hay que detenerles antes de que actúen. La frase pertenece a un alto cargo del Gobierno holandés, que ha hecho de ella su estrategia contra el terrorismo islámico, tras el asesinato del cineasta Theo Van Gogh, es para echarse a temblar. Washington practica la guerra preventiva, pero en Europa estamos inventando la lucha antiterrorista de carácter preventivo, la lucha antiterrorista por si acaso.
Todos esos detalles revelan una intromisión del Estado, es decir, de los Gobiernos, en la vida privada que resulta tremendamente peligrosa. Por ejemplo, la nueva ley del divorcio lanzada en España por el Gobierno Zapatero aumenta aún más el poder del Estado, es decir, de los jueces sobre la familia, la patria potestad y el futuro de los niños. De la adopción homosexual, mejor no hablar. La indefensión de los pequeños es total.
En resumen, el nuevo dogma laicista que impera en toda Europa está acabando con la libertad. Al final, se cumple, de forma fatalista, el mensaje de Juan Pablo II: el relativismo no es la cuna de la democracia, es el virus que acabará con ella. El peligro de un rebrote de los totalitarismos en Europa no es, ni mucho menos, una exageración. Eso sí, no esperen un totalitarismo nazi o comunista, sino un totalitarismo progresista, laico y antidogmático. Es decir, anticristiano. Y es el totalitarismo más peligroso de todos porque, en contra de lo que ocurría con los fascismos y socialismos de los años 30 del pasado siglo, muchos millones de europeos están dispuestos a aceptar que el nuevo totalitarismo laicista es el acabóse de la modernidad liberal, el no va más de las libertades públicas posmodernas.
Eulogio López