La reunión del lunes noche entre el ministro de Fomento, don José Blanco, y los más importantes constructores españoles, comandados por el presidente de la patronal SEOPAN, el socialista David Taguas, no tuvo lugar, como se ha publicado, en la austera, granítica y oscura sede del Ministerio de Fomento, sino en el reservado del muy selecto restaurante Club 31, al lado mismo de la Puerta de Alcalá.
El restaurante del pepero Luis Eduardo Cortés estaba vacío, apenas dos mesas ocupadas, una de ellas por los escoltas del señor ministro, que también tienen derecho a cenar en el grupo Jockey. Sin embargo, el reservado estaba abarrotado. Lógico: unos 15 vips de las grandes constructoras, al más alto nivel, oiga usted, para reclamarle a Pepiño más contratos y avales para financiar las obras. Resultados: ninguno, claro está, pero según uno de los asistentes, aquello parecía una boda.
La descripción no es exagerada, porque dos horas después de comenzar la farra, a eso de las 12,00 de la noche, aparece el señor ministro camino del urinario con la corbata donde se coloca en las sobremesas amistosas y el borde inferior de la camisa al sur del cinturón, allá donde la espalda pierde su casto nombre.
El esquema de la reunión fue de lo más castizo: Yo invito, tu pagas. Yo es el señor ministro; tú la patronal, para abonar una factura que seguramente superó el coste de un traje de Camps o de un Vouitton de Rita. Pero tiene su razón política y en ningún caso puede hablarse de corrupción: a pesar del bullicio vocinglero y el alcohol consumido, lo cierto es que tanto Pepiño como los ladrilleros estaban allí para trabajar duro y porque, seguramente, el catering del Ministerio cerraba antes y no permitía reflexionar sobre el déficit en infraestructuras y la financiación de las mismas con el necesario rigor.
Justo horas antes, la inefable secretaria de Organización del PSOE, número tres el partido en el Gobierno, Leyre Pajín, llamaba contra la cara dura de Mariano Rajoy por minusvalorar los trajes de Camps y los bolsos de Rita.
Pero, ojo. La estampa de España no es la juerga de Pepiño, que estaba dando la vida por la patria, como creo haber dicho antes. La estampa era que los salvadores del país se reúnen para salvarlo, que conste- en el Club 31 pero los salvados no estaban allí, quizás porque no pueden pagarlo. Hasta el grupo Jockey cerrará si sus mesas continúan vacías pero el Gobierno no puede quebrar. Es más, bien pensado, lo que tiene que hacer el señor ministro es convocar cena diaria en los mejores restaurantes de Madrid: el lunes en Horcher, el martes en Zalacaín y así hasta agotar la semana, sábados y domingos incluidos, donde también conviene trabajar por el bien del pueblo.
De esta forma, al menos el sector gastronómico de alta gama repuntará. Y si las susodichas cenas las pagan las empresas pues mejor que mejor: en lugar de ir contra el erario público el coste de las factura del señor Cortés irá contra los accionistas que son gente sufrida.
Y todo esto no es más que gramos de irresponsabilidad y kilos de hipocresía política y mediática. O sea, la viva estampa de la España actual.
Eulogio López
eulogio@huspanidad.com