En temas científicos muy relacionados con la ética casi nunca cuentan todo lo que es y procuran embellecer los procesos con eufemismos distantes y terminología científica que es ajena al común de los mortales.
Pero detrás del caso y tan cacareado gran avance científico de la Universidad de Oregón se esconde, una vez más, un ejemplo de pérdida de dignidad de la persona humana porque, en última instancia, se trata de matar una posible vida para sostener otra vida. Y es que en esta caso "para obtener las células madre embrionarias de esos embriones clonados hay que destruirlos, lo que éticamente no es admisible".
El problema es que se cosifica a la persona, que se convierte en medio, y no en fin, incluso aunque el fin sea salvar a otra persona. A la postre, hay vidas al servicio de otras vidas, una esclavitud moderna con condena a muerte.
Desde Estados Unidos, sobre el mismo caso, se ha pronunciado de inmediato el cardenal O'Malley, que preside la comisión episcopal en defensa de la vida. Su mensaje de denuncia es compartido también "por aquellos que no comparten las convicciones de la Iglesia Católica en materia de vida humana". Porque la cuestión es que "sean utilizados para el fin que sea, la clonación humana trata a las personas como productos, manufacturados para encajar en los deseos de otras personas".
El ser clonado tiene sus cromosomas específicos y el potencial de desarrollo. Pero la ciencia ha decidido que solo merece vivir para que otros se aprovechen de esa vida. Es la moderna y tecnológica esclavitud de laboratorio.
Jesús Domingo Martínez