Es una historia del Po, del formidable Giovanni Guareschi, de don Camilo y Pepón, esos personajes que siempre esperamos ver convertidos en personas, ahí mismo, a la vuelta de la esquina.

Don Camilo está practicando la oración mental, es decir, está hablando con el Cristo del Altar mayor mientras limpia imagen. Desde uno de los laterales surge un disparo, que se incrusta en la mano del Cristo... mano que se había movido para proteger la cabeza de don Camilo.

Sí una ficción, pero es lo que tiene la realidad: una irrefrenable tendencia a superar a la ficción. Porque el pasado martes santo -lo cuenta Luis Losada en un estupendo artículo en el semanario ALBA- unos malnacidos dispararon contra el Cristo de El Escorial que posesionaban en la ciudad, por encima de las cabezas de los cofrades, en la base de la cruz.

Nada se dijo porque este tipo de cosas, como la reciente, y más grave, profanación de un Sagrario de la localidad madrileña de Alcorcón, pasa desapercibidas. La prensa no informa de ello, la policía no investiga, los jueces no abren sumarios, en la City es de mal gusto hablar de estos temas y los políticos, sobre todo los de derechas, guardan un pudoroso silencio.

Es lo mismo que ocurre con las sectas satánicas: como el demonio no existe, todo el sistema legal atribuye a demencia a los ataques contra símbolos o realidades cristianas. Y si hay alguien que no denuncia agresiones, es la Iglesia.

Y lo mismo ocurre con el Nuevo Orden Mundial (NOM), que no lucha por una determinada doctrina, credo, ideología o cosmovisión: contra lo que lucha es contra la Iglesia, a la que pretende aniquilar, y su obsesión es acabar con ella. No acabar con cualquier religión, sino contra la católica. Ya saben como el viejo chiste... porque es la verdadera.

Que no, que no vivimos en una época anticlerical -eso fue el siglo XX-. Ahora vivimos la era de la cristofobia rabiosa, el tiempo de la blasfemia. Recientemente un sesudo analista advertía que, dado que los cristianos consideran que Dios es indestructible, y por tanto no puede ofenderse si alguien le agrede, los cristianos tampoco deben sentirse ofendidos ante blasfemias, profanaciones y otras expresiones del pluralismo democrático. Razonamiento éste que, para vaya usted a saber por qué, el firmante no se lo atribuía a él y, por ejemplo, a su señora madre. Supongo que nuestro hombre desconoce el valor de las palabras, y se extrañará muchísimo de que el pueblo judío ni tan siquiera ose nombrar a Dios.

Y no nos engañemos: de los hispanos viene la blasfemia vulgar. La palabra hostia no se emplea en inglés, y para que un angloparlante blasfeme de palabra algo muy grave ha pasado. Esto no quiere decir que no sean accesibles a blasfemias más perversas, pero llama la atención ese odio a la fe que se ofrece en todo tipo de movimientos en el Este y en el Oeste, contra la fe católica. Un podio que justifica cualquier aberración.

Aquí conviene recordar que Dios existe o no existe independientemente de que le hombre crea o no crea en él. La forma consagrada es Dios -hoy era el Jueves del Corpus, trasladado al domingo en España- o no lo es, independientemente de lo que cada cual quiera creer. Una tautología que conviene recordar. En cualquier caso, si la mayor parte de las blasfemias se dirigen contra el Sagrario no es más que una demostración de que los espíritus malignos son entes con  mucha fe.

Y ya puestos, recordar también que el fin del mundo coincidirá con la proscripción de la Eucaristía. Y es que los espíritu impuros (si el hombre es mezcla de cuerpo y espíritu, y hay hombres buenos y hombres malos, ¿por qué no habría de haber espíritus sin cuerpos, buenos y malos?  

Por cierto, ¿por qué no dejamos las fiestas donde están? Si el Corpus, uno de los tres jueves que relumbran más que el sol, caía en jueves 22, que se celebre en jueves 22 y que los católicos coherentes se las arreglen para ir a misa en día laborable. Estupenda separación  entre Iglesia y Estado, que es algo muy bueno -separar la fe de la ley, por contra, es una tontuna imposible-. Es la puñetera manía española de moverlo todo en todas direcciones, olvidando que, como recordaba Chesterton, la tradición es la democracia de los muertos.

En cualquier caso, es la blasfemia el odio a la fe: es la moda.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com