La teoría de las muñecas rusas, también aplicada en el mundo de la empresa, consiste en una serie de ondas expansivas desde el núcleo de un fenómeno hacia el exterior. Por ejemplo, los socialistas franceses y el referéndum sobre el Tratado Constitucional. Los socialistas franceses convocaron un referéndum entre los afiliados, por la sencilla razón de que sus líderes no se ponían de acuerd había partidarios del sí y del no. Ganó el sí al Tratado y Europa respiró tranquila. ¿Por qué respiró tranquila Europa, cuando los convocados a referéndum son 60 millones de franceses, mientras la consulta interna del PSF no alcanzaba el medio millón de afiliados, y el sí sólo superó al no en un 30%? Pues porque a partir de ahora, el sí ya es doctrina oficial del partido, y por tanto los perdedores deben apoyar aquello en lo que no creen. Disciplina, que le dicen. Es, si lo quieren así, la forma en que la democracia acaba con el pluralismo.

Es la muñeca rusa más diminuta. Porque resulta que con un sí oficial del PSF, todos los votantes socialistas en Francia están concernidos hacia el sí. Es decir que unos millares de militantes usurpan la representación de millones de votantes, o al menos presionan a estos en un sentido. El votante del PSF siempre podrá votar no en el referéndum europeo, pero eso le exige uno de los mayores esfuerzos del hombre contemporáne rebelarse, no contra el sentir mayoritario, sino contra el aparente sentir mayoritario, el que imponen el poder, político, económico y, sobre todo, informativo. En definitiva, el francés que se haya leído el Tratado Constitucional y no le guste (suele pasar que cuando te lo lees, no te guste nada) tendrá que hacerse violencia para ir contra-corriente, para ser políticamente incorrecto. Lo políticamente correcto no es más que la ideología del poder imperante, la que impone la opinión publicada a la opinión pública.

En economía ocurre algo similar. Las cajitas rusas no suponen una delegación de la mayoría en la minoría, sino una cuasi imposición de la minoría sobre la mayoría, bajo la amenaza cierta de reducir al rebelde a la marginalidad, y lo que es más grave: a la incomodidad. Por ejemplo, se supone que una empresa es un ente democrático en las juntas de Accionistas. Sin embargo, el presidente lleva la representación del 80, 90 o más de los miles o millones de accionistas. ¿Cómo lo consigue? Utilizando a los asalariados para captar ese voto y a los fondos de inversión y de pensiones, esto es, millones de personas representadas por una docena de gestores a los que ni tan siquiera conocen. El señor Emilio Botín controla el Santander Central Hispano, la mayor potencia financiera del mundo hispano, con un 0,8% del capital de la matriz.

No sólo eso, sino que del concepto de sociedad anónima hemos pasado al de grupo empresarial: esto  lo inventaron los italianos: tienes una empresa que compra el 51% de otra, que a su vez compra el 51% de una tercera, y así sucesivamente. Cajitas rusas: con la mitad del dinero consigues el doble del poder. Naturalmente, el sistema se perfeccionó y al final no se necesitó un 51%: si se saben hacer las cosas basta con un 0,5%. 

En definitiva, la teoría de las cajitas o de las muñecas rusas consiste en que si controlas los mecanismos de elección y de poder no necesitas el respaldo de la mayoría, sólo el de una minoría cualificada (lo de cualificada es prescindible). Con muy pocos apoyos reales y sin apenas arriesgar nada puedes obtener el respaldo de la mayoría, o, mejor, puedes conseguir que la mayoría, desagregada, desunida y descoordinada, no pueda llevarte la contraria. Es un esquema muy puritano, doctrina que se sostiene sobre el principio de que si no puedes demostrar tu mentira es que has dicho la verdad.

A la teoría de las muñecas rusas hay que añadirle un nuevo factor multiplicador del mismo efecto, que podríamos definir como la subversión democrática de la democracia. Ese factor es el de establecer cuál es el campo de decisión. Y aquí entra el Plan Ibarretxe (me es igual escribirlo con ch que con tx) que tanto nos ocupa a los españoles estas semanas, más que nada porque nos gusta perder el tiempo. 

Verán:

El problema del nacionalismo es que no habla del Estado de Derecho sino sólo de las fronteras del Estado. Y eso es un sentimiento difícilmente argumentable. No hablamos de principios, sino de identidades y de tamaños, de geografía. Por tanto, no hay solución posible, todo pacto que se logre sobre este punto no procederá de la argumentación y el convencimiento sino de una cesión obligada. Los nacionalistas vascos alegan que el Parlamento español no puede imponer a los vascos la unidad de España. Ahora bien, ¿puede hablar el lehendakari en nombre de los vascos? Por supuesto que no. Habla de una minoría, minoría, eso sí, que domina el Sistema, eso sí, que controla cargos políticos, recursos económicos y medios informativos. Ni Herri Batasuna está de acuerdo con sus posturas, ni lo están socialistas y populares, ni lo están muchos votantes del PNV. Las cajitas rusas han creado el Parlamento vasco, una representación absolutamente insuficiente de la sociedad vasca (como cualquier parlamento). Sin embargo, al igual que los grandes banqueros, Ibarreche se arroga el sentir mayoritario de los vascos y, ojo al dato, que aún es mucho más relevante, cercena geográficamente, a su buen arbitrio, el ámbito de decisión. En otras palabras: quiere convocar un referéndum en Euskadi sobre su Plan. Ahora bien, ¿quién vota en ese referéndum? Yo, desde luego, español y natural de Oviedo, considero que tengo todo el derecho a votar en la consulta, porque el País Vasco es parte de mi patria, y porque Bilbao es tan mío como de Ibarreche. La historia de los vascos, su sangre, sus lenguas, sus costumbres, su gastronomía es tan mío como el de un donostiarra de varias generaciones (y, además, estoy menos afrancesado). Pero si votamos todos los españoles el resultado a lo mejor es distinto que si votan sólo los vascos. Simplemente, el nacionalismo es un problema insoluble, lo ha sido siempre, y la teoría de las muñecas rusas adquiere en este punto un margen de error muy superior al de cualquier estudio de opinión. Cuando menos, se impone un poco de humildad y un poco menos de majadería. Humildad para reconocer que es muy difícil arrogarse la representación de la mayoría aunque se disponga de ella legalmente; la majadería, porque apoyados en una representatividad discutible y endeble, acabamos crispando a millones de personas. Crispación rusa, que le dicen.

 

Eulogio López