En un artículo de Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos, titulado 'La familia española y europea: retos y urgencias' se podía leer: "En una ocasión, un eminente profesor universitarios me decía con gran convencimiento: mi mejor universidad no fue la institución en que hice mi carrera, sino mi familia.
Allí aprendí a hablar, a rezar, a querer, a perdonar, a trabajar, a practicar la caridad con los pobres, a respetar a los mayores y tantas otras cosa. No le faltaba razón y muchos podríamos decir lo mismo".
Y es que Dios lo ha querido así. Los padres, en efecto, son los que transmiten la vida a sus hijos y hacen que éstos no sean producto de una fábrica o de un laboratorio, sino fruto de su amor mutuo. Los padres, además de la vida biológica, transmiten y educan la vida de sus hijos en toda su integridad: intelectual, afectiva, social, ética, espiritual, etc.
Los padres son los primeros que descubren a sus hijos –más con los hechos que con las palabras- que ellos son dignos de su amor por el mero hecho de ser hijos, con independencia de sus cualidades, carencias y defectos. También son los primeros que enseñan a los hijos que no son las únicas personas que viven en el mundo o que no dependen de nadie, sino que forman parte de una gran familia: la familia humana.
En el caso de los padres cristianos, ellos piden el bautismo para sus hijos y les posibilitan así que puedan ingresar en una nueva familia: la Iglesia. Se preocupan de que participen en la catequesis de la parroquia y les acompañan en los grandes acontecimientos de la vida.
Jesús Domingo Martínez