El presidente de Endesa, Manuel Pizarro, salió en olor de multitudes de su última Junta General. Todos están muy contentos con él porque, tras casi dos años de batalla, una acción que valía 18 euros ha pasado a valer 41. Pizarro, y no sin parte de razón, se ha convertido en el defensor del pequeño accionista frente a los grandes depredadores.

Ahora bien, como uno es entusiasta partidario de la pequeña propiedad privada, como uno suspira por un mundo donde cada hombre pueda decir que la casa donde vive es suya y donde pueda ejercer su libertad a través de la propiedad, conviene aclarar que un accionista no es exactamente un propietario, al menos no es accionista de una gran empresa. El océano de liquidez en el que se desarrolla el mundo moderno y la tiranía de los mercados financieros, pueden llevarnos a pensar lo contrario, pero no es así. El accionista es tan poco propietario de una sociedad anónima como el votante lo es del poder político. El accionista no puede cambiar la empresa como el votante no puede cambiar ni la política del Gobierno ni las leyes. El único derecho que tiene el titular de unas acciones es a venderlas y marcharse, así como a su dividendo anual, dividendo que marca el directivo, en tantas ocasiones menos accionista que él mismo. El que manda en la empresa es el ejecutivo, sea o no propietario, de la misma forma que el que manda en la política es el elegido, no el elector.

Eulogio López