Hoy sube al Cielo María,
que Cristo, en honra del suelo,
traslada la casa al Cielo,
donde en la tierra vivía.

El amor a la Virgen es recio y sencillo, por eso ha cuajado en España, por eso el fallecido Juan Pablo II, especialista en captar el alma de los pueblos, identificaba a nuestro país como "la tierra de María". Quizás por ello, cientos de pueblos españoles han convertido a "la Virgen de agosto" en su fiesta patronal, poniendo en un serio aprieto a la Dirección General de Tráfico, otra maravillosa derivada de la devoción mariana del día 15.

El dogma de la Asunción de María es el último y, quizás, el más curioso de todos los dogmas marianos. No hace falta explicar la Inmaculada Concepción de María, conocido como el dogma de España, porque mucho antes que fuera promulgado era vivido en nuestro país y habían surgido incluso órdenes religiosas sobre este carisma. Pero, ¿la asunción".

Dice san Juan Damasceno que "aquélla de la que brotó la vida en bien de todos, ¿cómo podía ser presa de la muerte?". En cualquier caso, los turcos vigilan con celo, con comisaría anexa, por si acaso la pequeña casa que, según la tradición, fue la última morada en la tierra de la Madre de Cristo, en una colina ubicada a pocos kilómetros de la ciudad de Éfeso, en la costa occidental turca. Creo que el fundamentalismo turco -el laico y el islámico- siempre ha sospechado que la media docena de monjas que cuidan el lugar son agentes kurdos infiltrados.

Y no lo duden, si es tradición oral, seguro que es cierta. No muy lejos de allí, como una aportación laica a la veracidad de Éfeso, se encuentran las ruinas de la ciudad de Troya,que durante veintitantos siglos pensamos era leyenda, hasta hacernos sospechar que el bueno de Homero no era novelista sino periodista, corresponsal en la posiblemente, muy posiblemente histórica Guerra de Troya.

Pero me quedo con el carácter recio de esta tierra de María. A fin de cuentas, no lo duden, la única salvación de una España progre-decadente, deprimida, triste, cobardona, no es más el recio, corajudo y viril amor a María.

Eulogio López