Sr. Director:
Hay una violencia que afecta a las mujeres con mucha mayor virulencia que la violencia doméstica o cualquier otra forma de violencia. Una violencia que causa suicidios, depresiones, psicosis, anorexia, alcoholismo, cáncer, esterilidad, embarazos ectópicos, malformaciones en hijos posteriores, y un largo etcétera. Una violencia que hiere y mata con mano invisible, de modo que la mujer no sabe siquiera de dónde le ha venido el golpe. Una violencia que destruye por dentro y amordaza a sus víctimas con la ignorancia y la presión social, para que no puedan ni pedir ayuda. Es una violencia que genera traumas de por vida, más intensos y numerosos que los producidos por el maltrato conyugal.
En esta violencia, el agresor está en todas partes: en un jefe que amenaza con el despido, en unas amigas que animan a ceder, en una familia que no apoya, en una televisión que defiende la agresión, en unas leyes que la facilitan y la amparan, en un hombre que no sostiene a su mujer... El agresor está en el aire, está en el Sistema, en un Sistema que castiga lo más íntimo y natural de la mujer: su maternidad. Y este agresor está también en la ONU y en los Parlamentos que deciden lo que es bueno y malo para la gente. Estos legisladores han decidido que el aborto es bueno para la mujer y aunque, a miles, sus testimonios y sufrimientos demuestren lo contrario, no importa; es dogma de fe y no puede ser enmendado. Estos políticos, principalmente mujeres, no cejan en su empeño de imponer la cuadratura del círculo a la misma esencia de la mujer. Sí, esta violencia de género, sufrida por millones de mujeres en todo el mundo, es el aborto y sus secuelas: el Síndrome Post-aborto.
Pilar Gutiérrez. No más silencio
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