Por vez primera, la UE ha tenido una buena idea: un impuesto contra la especulación financiera. Al mismo tiempo, 3 de cada cuatro españolas han sufrido problemas laborales por su maternidad y la idea de pagar un salario a las madres se impone en toda Europa
El diario la Vanguardia publicaba el pasado jueves una encuesta según: el 76% de las mujeres confesaban haber tenido problemas en el trabajo por ser decidirse a tener hijos, un espantoso sacrilegio en los tiempos que corren. El porcentaje es más que creíble, especialmente cuando se trata de mujeres que, porque les ha dado la gana, han decidido tener familia numerosa. De ahí se llega a la lógica conclusión de que la discriminada en los centros de trabajo no es la mujer, sino la mujer-madre.
Y más: ya es una evidencia que la falta de hijos no sólo amenaza con acabar con la civilización occidental, uno de cuyos frutos es la democracia, sino con el Estado del Bienestar, fruto de una economía pensada para proteger al más débil.
Por eso, aunque el nombre aún no se haya consolidado, el salario maternal se está imponiendo en toda Europa, donde países como Francia, Bélgica o Irlanda otorgan subvenciones públicas a las madres por el hecho de ser eso: madres. No se trata de una prestación social, sino de una contraprestación porque, objetivamente, la mujer que decide ser madre está otorgando a la sociedad, a costa de su discriminación laboral respecto al varón y respecto a las mujeres que se niegan a tener hijos, lo que la sociedad, y la Seguridad Social, más necesita: futuros contribuyentes.
En plata. Con el salario maternal la madre no recibe una limosna; se trata de un acto de justicia, en una sociedad como la actual donde todo está pensando para no tener descendencia y donde los padres de familia, especialmente la mujer, se convierten en verdaderas héroes.
Naturalmente, el salario maternal debe ser mucho más que la tontuna del chequé-bebé de Zapatero, debe consistir en una renta mensual que se cobre durante el proceso de crianza del chaval, a determinar según las disponibilidades del erario público en cada momento, aunque el salario mínimo no parece mala referencia.
El salario maternal es uno de los puntos clave de la justicia social en el siglo XXI, en el mundo globalizado, junto a su paralelo lógico: un salario mínimo para todo el planeta, que impida que el Tercer Mundo sólo pueda competir frente al área OCDE a costa de pagar salarios de miseria.
El segundo gran objetivo surgía el viernes, cuando la Unión europea ha propuesto al Fondo Monetario Internacional una Tasa Tobin. Lo ha hecho de una forma vaga, pero la idea empieza a cundir. Y la idea madre es ésta: Hay que terminar con la especulación financiera, la misma que ha provocado la actual crisis, pero la única forma de terminar con la especulación de los mercados es freírles a impuestos. Insisto, el sistema británico de grabar al especulador tiene un alcance mínimo y, además, los intermediarios suelen trabajar en la doble vía: la de servir a la economía real y la de especular a costa de esa economía real.
Por decir algo, el Santander y el BBVA trabajan en la doble dirección: la buena y la mala. Por tanto, no hay que grabar al especulador sino a la especulación.
Como liberal no me gustan los impuestos, cuantos menos mejor, pero aún me gusta menos la especulación, verdadero parásito de la economía. Tobin sólo propuso un tímido impuesto sobre el mercado de divisas, cuya recolección se destinaría a paliar la pobreza en el mundo. No dejó claro quién debía recaudar y quién debería aplicar los fondos obtenidos pero la idea que sembró empieza a germinal y es una idea genial.
Veamos, de los tres grandes mercados financieros acciones, deuda pública y divisas- el tercero es el más especulativo. Como ocurre con toda actividad financiera, los cambistas comenzaron a existir con el loable propósito de prestar un servicio: ofrecer dividas a los importadores y a los turistas que las necesitaban. Hoy, esa actividad primaria, y primigenia, que da sentido a su labor, no representa sino el 1% del casino cambista que juega con las monedas, soporte de la soberanía nacional de un país, como si fuera la ruleta, una ruleta que a veces parece rusa.
Como Tobin, la UE no ha precisado algunos aspectos de su sugerencia. ¿Qué actividades financieras deberían ser gravadas, a qué se destinarían los fondos y, lo más importante, quién administraría la recaudación y el posterior reparto de lo recaudado. Ahora bien, el simple hecho de que la idea haya anidado en las procelosas mentes de los 27 líderes de la Unión Europa ya es algo, por más que Estados Unidos se oponga a ello.
Son los dos grandes objetivos para la justicia social y el bien común en el siglo XXI: salario maternal y distinción fiscal entre producción y especulación. Los hechos son tercos, pero las ideas lo son aún más, sobre todo si se trata de ideas justas.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com