En este momento, existen en España dos tipos de monárquicos: los asqueados y los preocupados. Los primeros son los que no tragan a doña Letizia Ortiz y consideran que la actitud del Príncipe de Asturias, heredero de la Corona de España, ante la vida, el matrimonio y la sociedad es manifiestamente mejorable. Estos han dejado de creer en la Monarquía (como aquel noble que, tras hacerse público el compromiso de don Felipe y doña Letizia, decidió entregar en el Rastrillo Nuevo Futuro las insignias reales). Algunos asqueados se han hecho republicanos, con lo cual están dejando de estar asqueados y disfrutan mucho con doña Letizia, a la que tantos republicanos consideran la pieza clave para la instauración de la III República.
Luego están los preocupados. Por el momento, no he visto a ningún monárquico cantar las alabanzas de la Princesa de Asturias, a pesar de que todas las fuerzas políticamente correctas, encabezadas por don Jesús Polanco, el hombre del Sistema, se han puesto de parte de la periodista y futura Reina de España, más que nada para fastidiar a los cristianos, que es de lo que se trata. Ya hemos repetido muchas veces que los apoyos a doña Letizia son los apoyos del universo mediático, y esos apoyos no le vienen porque sea una chica del pueblo (los progresistas sólo conocen al pueblo de vista), sino porque está divorciada y en su día se confesó agnóstica y partidaria del aborto. Eso es lo que les mola. Un ejemplar así en pleno Palacio de la Zarzuela es un chollo para los comecuras, que son un poco retorcidos pero no tienen un pelo de tontos: la forma de Estado les importa poco, pero saben perfectamente que la Monarquía sigue siendo una referencia social y ética para el pueblo, y no olvidemos que la modernidad actual no quiere aniquilar a la Iglesia, sino conquistarla. Por decir algo, ningún periódico más amante de los sermones éticos que El País. Ningún presidente del Gobierno más amante de las homilías que Rodríguez Zapatero.
Pero, con todo, los monárquicos preocupados, que no sienten un especial entusiasmo por doña Letizia, sí esperaban que diera un heredero al Trono. A fin de cuentas, ya se han cumplido seis meses desde la magna boda y los médicos afirman que si a los seis meses no hay embarazo, lo que habrá serán problemas. Dada la edad de los contrayentes (no les estoy llamando viejos, sino experimentados en la vida), la sospecha se vuelve más preocupante.
Y en ese momento, va la Infanta Cristina, si no me equivoco la quinta en la línea de sucesión al Trono, y se queda embarazada por cuarta vez, adelantando a su hermana Elena, que cuenta con dos retoños. Un cronista deportivo diría que doña Cristina está presionando a doña Letizia, y los hay a quienes no les gusta jugar bajo presión, el estrés no es buena cosa.
Por ahora no tenemos heredero, aunque siempre nos queda la Infanta Elena, la propia Infanta Cristina, los dos hijos de la primera y los cuatro de la segunda. Es cierto que, según la jerarquía de valores progre, en cuanto eres madre dejas de ser intelectual (al menos, dejas de ser una intelectual orgánica, reconocida, de las que aspiran a subir en El País o en El Mundo, sin ir más lejos), pero cuando el retoño se va a convertir, por el hecho de nacer, en el heredero al Trono, pues no sé yo, chica, a lo mejor hay que renunciar al atractivo papel de intelectual emisor de sandeces (no lo tomen a mal, decir sandeces es la actividad favorita de todo intelectual).
De todas maneras, la planificación brilla por su ausencia. ¡Qué quieren que les diga! Lo de doña Cristina de Borbón y don Iñaki Urdangarín es una provocación: ¡Cuatro hijos y bien seguidos! No sé a dónde vamos a llegar. Ahora que SAR el Príncipe Felipe se había manifestado como un futuro monarca laico y moderno, al negarse a comparecer con el obispo de Pamplona, Monseñor Sebastián, en la inauguración de un centro de investigación en esta ciudad, va su hermana y se queda embarazada del cuarto, algo que huele a sacristía de lejos. Lo dicho: le está metiendo presión.
En cualquier caso, eso no justifica a su cuñada, doña Letizia: seguimos esperando, pero toda paciencia tiene un límite.
Eulogio López