La actual crisis económica es de tal envergadura que cada día se plantea lo que hasta ahora parecía implanteable. Por ejemplo, hay consejeros y directivos del primer grupo bancario español que hablan de sustituir a Emilio Botín, los más por Alfredo Sáenz, los menos por Matías Rodríguez Inciarte. Como en el 23-F todos ellos dicen obedecer órdenes de la cabeza, pero lo cierto es que la cabeza, el propio Emilio Botín, tiene pocas ideas claras: una de ellas es que se trata de un banco familiar, y que sólo abandonará el sillón presidencial para ser sustituido por su hija Ana Patricia, actual presidenta de Banesto.
En cualquier caso, el mero hecho de que consejeros y algún ejecutivo se hayan atrevido a alentar esperanzas en Inciarte o Sáenz, resultaba increíble meses atrás, en un banco regido con mano de hierro por un hombre que, antes que su presidente, se considera su propietario.
Por otra parte, prosigue el enfrentamiento con el Banco de España. El gobernador MAFO, que antaño tampoco se hubiera atrevido a plantarle cara a Botín, mantiene la teoría de que aquí no pasa nada, insta al Santander a sanear más y más deprisa, con una dieta de adelgazamiento que exigiría desprenderse de activos en pérdidas y ejecutar mora con mayor celeridad, además de no recurrir a la compra de empresas morosas (piensen en el caso de Urbis) para convertir lo que es mora en cartera de inversión. Pero Botín no está dispuesto a reducir tamaño. De ahí el conflicto.
Y el mercado le está dando la razón: a pesar de sus diferencias con BBVA, que ha presentado mejores resultados que el Santander, el Banco de España se empeña en que intensifique el problema de saneamiento.
En cualquier caso, la crisis ya ha supuesto algo impensable: que los puñales vuelen en el Santander, mientras el presidente del competidor BBVA, FG, en lontananza, aviva el fuego de la discordia.
Eulogio López
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