El lunes desapareció Caja Madrid -bueno, convertida en una fundación sin apenas fondos-. Su último presidente, un tal Rodrigo Rato, quien ha dimitido junto con el último Consejo de Administración de una entidad con más 300 años de historia.

Fundada por el padre Piquer para luchar contra la usura, la caja ha sobrevivido a todo tipo de quiebras bancarias, como la mayor parte de las entidades del sector ahorro.

Sobre las cajas se ha extendido el curioso rumor de que la politización y el choricerío consiguiente le llevaron a la ruina. Sólo que es mentira (aunque choricerío ha habido, claro está).

A las cajas de ahorros -la mayor aportación española, especialmente de la Iglesia Católica, al bien común en el mundo financiero- se las ha cargado Basilea, esa alianza tenebrosa entre políticos y banqueros que rigen el mundo y que nos esclavizan económicamente a los demás. Los políticos salvan a bancos y los banqueros salvan al Gobierno comprando su deuda. Y todo ello desde la ortodoxia financiera de los parámetros de solvencia. En otras palabras, que los bancos se dedican a comprar la deuda pública que emiten los políticos, porque es la inversión que menos computa a efectos de recursos propios. Y porque Basilea, al mismo tiempo, ha considerado que el termómetro de la solvencia bancaria no es la morosidad -como siempre ha sido desde que existe la banca- sino la capitalización. Es decir, que un banco es bueno si es grande. Y  así será, claro, si se sigue con la vergonzosa práctica de que a un banco pequeño se le deja caer, mientras el Nuevo Orden Mundial (NOM), jamás deja caer a un banco grande, al que se califica con la cursilería de 'banco sistémico'.

Lo cierto es que lo pequeño suele ser mucho más rentable que lo grande y los bancos pequeños, esto es, las cajas, son menos usureros que los grandes financieros.

Por lo demás, las cajas de ahorros han revertido el beneficio en la sociedad, han localizado el crédito -uno de los grandes problemas es la deslocalización del crédito-, han cuidado al pequeño depositante y al pequeño comprador de pisos, no han colaborado con la especulación financiera y han supuesto el soporte accionarial de empresas estratégicas.

Las cajas de ahorros, en suma, no cayeron por politización, aunque es verdad que se politizaron a golpe de decreto. Cayeron porque les obligaban a acudir a los mercados financieros y no eran sociedades anónimas. Cayeron porque la normativa de Basilea, es decir, del Nuevo Orden Mundial financiero, les obligó a capitalizarse una y otra vez. En resumen, Caja Madrid, y el resto de las cajas de ahorros, desaparecen por comportarse como bancos.

Cayeron por comportarse como bancos y porque la normativa y la globalización financiera no quieren saber nada de pequeños y le molestaban esas entidades con ánimo de beneficio pero sin ánimo de lucro. Por de pronto en Madrid la obra excelsa del padre Piquer se ha convertido en un banco. Eso sí, en un banco grande. PSOE y PP, políticos y sindicatos, pueden sentirse orgullosos de la hazaña.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com