Situada delante de la urna, cediendo el paso a otros votantes -y ‘votantas'- del pueblo, en funciones de guardia de tráfico, doña Cristina Kirchner, de soltera senadora Fernández, esperaba el momento de depositar su voto: todos somos iguales ante el sagrado templo de la democracia, el colegio electoral, que nadie se cuele, y yo la primera en dar buen ejemplo. Si hubiera sido Fernando VII, habría proferido las insignes palabras: "Caminemos todos juntos, y yo el primero, por la senda de la Constitución".
Todo iba bien, y Cristina proporcionaba a las cámaras de TV toda la apariencia de estar en fase Evita Perón, con el pueblo, dando prioridad al pueblo, pueblo y más pueblo. Hasta que por fin le llegó el momento de emitir su voto. Se aproximó a la urna pero algún malandrín, probablemente menemista, colocó un invisible obstáculo ante el tacón de su Excelencia, y a poco nuestra heroína da con los piños en el suelo. Fue en ese instante fuga cuando doña Cristina nos mostró su verdadero ser: fulminó al susodicho con una mirada de Komintern que a poco da con el alma del desgraciado en el suelo. Y es que doña Cristina es muy consciente de que el hombre más poderoso del mundo puede ser destruido por un solo segundo de ridículo. Y la mujer… pues lo mismo. Lo que quiero decirles es que menuda mala uva tiene la moza.
Escribo cuando aún se está votando en la Argentina, quizás porque, como a muchos argentinos, los resultados de estas elecciones no me parecen lo más importante de las mismas. En La Argentina, el desencanto por la democracia ha llegado más deprisa que en Europa o Norteamérica, donde una abstención del 40% empieza a considerarse un éxito. El divorcio entre los ciudadanos y su clase política ya no es cosa de Estados Unidos o de Gran Bretaña, sino de democracias mucho más jóvenes y constituye, sin duda, el principal enemigo del Sistema. Y aunque el caso argentino no se pueda medir según lá abstención, dado que el voto es obligatorio, el divorcio políticos-sociedad no es por ello menos plausible.No, lo más importante es saber si el pueblo argentino aún mantiene su lealtad a una serie de principios –por ejemplo, el derecho a la vida- del que otros electorados han abdicado hace tiempo. El periodista argentino Andrew Graham-Yooll se ha convertido en la voz de este querido país austral para España, tarea que ejerce con el altavoz de El País. Y no es buen representante, porque es uno de esos desgraciadísimos porteños que siente rencor hacia sus con-ciudadanos. Lean esta frase publicada el domingo 28, día electoral: "La búsqueda de una nueva Evita refleja la inmadurez nacional mantenido a lo largo de seis décadas por un populacho ávido de beneficios sin esfuerzo". ¿Beneficios sin esfuerzo un pueblo que se ha acostumbrado a vivir sobreviviendo? Este tipo se nos ha jibarizado en Miami.
No, el argentino no espera nada, ni de Cristina Fernández ni de ningún político. Como me dice un colega argentino, "a lo único que aspiramos es a que ningún candidato, y mucho menos los Kirchner, ganen por abrumadora mayoría", Es decir que, al menos se deje ver esa resistencia que muchos esperamos de los argentinos en defensa de esos principios.
Cristina Fernández lo sabe, y pro eso, en vísperas de los comicios ha vuelto a repetir que ella está contra el aborto. Ha tenido la desfachatez de decirlo durante cuatro años, mientras el ministro de Sanidad de su señor esposo, Ginesillo González introducía el negocio de la muerte por la puerta de atrás. En definitiva, Cristina es una cínica. La esperanza es que los argentinos, aunque la mantengan en el Casa Rosada, caigan en la cuenta.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com