Respecto a la excusa, pocos datos: nos estamos volviendo todos gilipuertas, por lo que es lógico que la hipocondría generalizada nos lleve a este tipo de histerias colectivas. Sólo puedo decir que si alguien se contamina del dichoso virus por comulgar en la boca las mismas posibilidades que haciéndolo en la mano, dicho sea de paso- yo soy obispo de Talavera de la Reina.
Pero hay un comunicante sacerdote- que me apunta una nueva perspectiva. Alude a una sospecha que me corroe desde hace días: que el problema no está fuera, en la inefable ministra de Sanidad y en un mundo empeñado en suprimir la Eucaristía, sino dentro. En pocas palabras, este sacerdote viene a decirme que, para ellos, para los celebrantes, es más cómodo dar la comunión en la mano que en la boca, porque los curas también se han vuelto todos muy fisnos y a veces se manchan con la saliva de los fieles. Todo muy teresiano, de Teresa de Calcuta, digo.
Y así, como nuestro buen párroco del centro de Madrid, es el propio oficiante quien se inventa normas de la Conferencia Episcopal que, en cualquier caso, nunca ordenará, sino que aconsejará la comunión en la mano, manteniendo la norma universal que dice lo que dice: es el fiel quien tiene derecho a decidir cómo comulga.
El problema, pues, estaría en el cura, tendente a convertir en norma canónica lo que no es otra cosas que su sentido de la higiene. Una actitud que tiene poco que ver con la saliva que Cristo introdujo en los labios del mudo para abrirle la boca.
Un poco triste esto de ver a sacerdotes colaborando con los enemigos de la Iglesia en nombre de su propia comodidad. Ahora, lo suyo sería que la Jerarquía reaccionara recomendando la comunión de rodillas y en la boca, que es la que se amolda a quien cree en verdad que el pan y el vino se ha convertido en el cuerpo y la sangre de Cristo, y no quien toma la forma como si fuera una galleta Fontaneda. Así lo hizo la máxima autoridad vaticana en materia de culto divino, que no es otro que el obispo español Antonio Cañizares, en entrevista publicada en La Razón.
Eulogio López
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