Murió en vísperas de que estallara la Guerra Civil en España. Veinte meses antes, había escrito su genial artículo sobre la manipulación electoral de la izquierda en las elecciones del 34, cuando se quita la careta.
El hombre jovial que se negó a tener título universitario y que quizás por ello destripó a los grandes pensadores y hasta los no pensadores, porque, como él aseguraba, las ideas modernas son viejas ideas cristianas que se han vuelto locas. También recordaba que la modernidad camina hacia el manicomio pero la gente no se amargaba con tan funesto presagio: Chesterton era un alarmista cuyos vaticinios podían ser trágicos pero nunca melancólicos. Pero lo decía con la alegría de vivir que era su facultad más atrayente para los que tuvieron la suerte de tratar a aquel 'jovial periodista'.
No se engañen, no es fácil leer a Chesterton. Chesterton resulta tan jocundo como barroco. Pero como siempre ocurre con lo mejor del barroco, una vez que te has sentado en su mundo se produce la sensación más formidablemente hermosa con la que puede topar un lector; aquélla que sobreviene cuando concluyes: "Sé perfectamente, sin la más mínima duda, lo que quieres decir". Como todo concepto o autor complejo, Chesterton exige aprenderse a Chesterton: si apruebas el curso ningún otro te producirá mayor sensación de lleno.
Dotado de esa profundidad -él añadiría, de anchura- y de esa alegría, Chesterton estaba condenado a caer en las redes de la Iglesia, de la que procede toda profundidad y toda alegría.
Y también estaba condenado a destruir la pedantería, que es ese defecto puñetero porque los instruidos no logran ver lo que tienen delante de sus narices.
Personalmente sólo me considero experto en Chesterton y su mundo. Por tanto, me permito el lujo de recomendarles comenzar el abordaje de don Gilbert con dos libros, menudos, que no figuran entre los grandes, dos títulos que además, no son suyos, sino que llevan la firma de un periodista inglés y un filósofo español. El primero es la biografía, más bien pinceladas, que sobre su oronda personalidad, nos ofreciera Titterton, su redactor jefe en el Nuevo Testigo y en el Semanario de Chesterton. Si quieren conocer a Chesterton conozcan a quienes le conocieron. Y Titterton le conoció como nadie. A él y a lo que representó en Fleet Street.
El segundo libro, librito, recomendado en una miscelánea del pensamiento chestertoniano, uno de los mejores resúmenes que he leído sobre su doctrina, quizás con un solo fallo: su escasa atención al distributismo. Hablo de la obrita que acaba de publicar RIALP, obra de José Ramón Ayllón, que comenté días atrás en Hispanidad.
Ciudadano Chesterton constituye uno de los mejores resúmenes que he leído sobre las columnas doctrinales del gordo del barrio londinense de Kessington. Es lo bueno que tenia el filósofo Chesterton quien, por mor de periodista, sabía resumir en titulares cuestiones de apariencia abstrusa, ese tipo de cuestiones que dan sentido a la vida. A partir de estos dos libritos, el mundo de Chesterton se abre ante ustedes. Disfrútenlo. Fue el último pensador alegre. Por eso, estaba condenado a la conversión.
Eulogio López
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