Sr. Director:

He tenido ocasión de leer su artículo titulado Laicismo, laicidad y locuacidad y he de reconocer que la postura ante el estatuto del arzobispo de Tarragona que usted comenta, sumada a la de otros catalanes de pro por todos conocida, como la del decano del IESE, la del Sr. Duran i Lleida y la del clan Llavaneras, entre otros, me ha hecho recordar una anécdota que mi padre me contó hace tiempo. En las últimas elecciones antes del estallido de la Guerra Civil española, los jesuitas de la Calle Caspe de Barcelona (aún habiendo sido expulsados de España algunos se quedaron de forma clandestina) decidieron votar la mitad de ellos a las derechas y la otra mitad a las izquierdas. Posteriormente, tras el estallido de la Guerra Civil, fueron asesinados todos ellos, salvo los que pudieron escapar. Obviamente, sus verdugos no repararon en absoluto en el color de su voto, pues ante todo habían sido etiquetados como católicos.

Ante situaciones tan esperpénticas como la que usted narra, en la que vemos como católicos de pro son tan benevolentes ante un estatuto pro abortista, favorable a la eutanasia, que destruye el concepto de matrimonio, que establece grados de intervencionismo propios de gobiernos soviéticos en ámbitos como la educación, el uso del idioma, el ámbito impositivo, etc. no puedo menos que constatar que nadie puede extrañarse de que en España gobiernen Zapatero y Carod, tengamos unas ministras de cuota tan hábiles, un ministro de defensa tan demagogo, en Cataluña gobiernen Maragall y Carod, y de que el nivel de descristianización en España sea tan elevado y la Iglesia vaya perdiendo vigor de forma tan imparable, sobre todo en las vascongadas y en Cataluña.

José Enrique Aguilar Barja

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