Con Felipe González en la Presidencia del Gobierno, decía SM el Rey de España que la Transición a la democracia terminaría cuando los socialistas perdieran el poder y la derecha volviera a La Moncloa. Con ello quería señalar que la alternancia ordenada marcaría el final de todo el periplo.

No ha sido así. La transición terminará, y las dos españas se reconciliarán cuando la izquierda reconozca sus barbaridades históricas. La interpretación simplona, pueril y, sobre todo, rencorosa e intolerante, de que el 18 de julio sólo fue una asonada militar contra el legítimo Gobierno de la II República, sigue tan vigente en la socialdemocracia española como en el ya extinto PCE del exilio.

Fue eso, pero fue mucho más que eso. Franco nunca hubiera ganado la guerra si la República no hubiese masacrado la fé del pueblo español, esto es, no hubiese masacrado a los católicos, en una de las persecuciones más cruentas y salvajes del siglo XX. Que esa persecución tuviera lugar amparada en la legalidad republicana sólo quiere decir que la palabra democracia no es un conjuro y que, en cualquier caso, es una simplonería considerar que el Estado de Derecho consiste en elecciones libres cada cuatro años, cuando lo que realmente le define es consiste es en el respeto del Estado a los derechos del individuo -recuerden que individuo significa lo que se puede dividir- y en el respeto del más fuerte al más débil, ecuación a la que en lenguaje político nos solemos referir como el derecho de la mayoría a las minorías. Fueron milicianos socialistas, antecesores de ZP, comunistas, antecesores de Gaspar Llamazares, Anxo Quintana, Carod Rovira o Arnaldo Otegui quienes asesinaron a cristianos por el mero hecho de serlos. Fueron los predecesores del PSOE actual quienes asesinaron obispos, sacerdotes, religiosos y fieles cristianos, desde los más humildes hasta los más famosos, como Calvo Sotelo. Odiaban a la derecha pero sobre todo odiaban a Cristo. Mientras ZP, el hombre que nos ha devuelto la guerra civilismo, oculte esa verdad, la Transición no habrá terminado. Mientras se retiren las estatuas de Franco de Nuevos Ministerios, y se mantengan las muy próximas próximas de los socialistas, con delitos de sangre, Indalecio Prieto y Largo Caballero (yo habría mantenido las tres) seguirá habiendo dos españas enfrentadas, porque ambas se sentirán agraviadas y resentidas.

Pero Zapatero, el hombre del diálogo, un desastre con patas para la historia de España, se empeña en que su abuelo gane la guerra. Ni perdona, ni olvida, ni aprende: quiere cambiar la historia, como el Gran Hermano que aspira a ser, y actúa según el famoso título peliculeril: "Lo importante no es ganar, sino humillar". Por eso, nuestro presidente del Gobierno celebra como un gran logro de su Gobierno el nombramiento de una mujer como ministra de Defensa, y, además, embarazada. Si yo fuera militar me sentiría ofendido. ¿Qué pasa, que los militares no sólo son machistas sino, además, anti-embarazadas, anti-vida? Anti-vida sólo son los abortistas, que yo sepa.

También por eso, el Ayuntamiento de Sevilla ha retirado hoy, en 2008, la condecoración otorgada en su día a Queipo de Llano -uno de los generales de Franco que más antipático me resulta, pero eso poco tiene que ver-. Se trata de mantener el odio lo más vivo posible. Y de reescribir la historia, algo que las historia siempre se niega a aceptar, sin derramamiento de sangre.

Ídem sobre la ministra de Defensa. Carme Chacón siempre se ha caracterizado por su frivolidad, y confío en que su reciente maternidad le ayude a madurar un poquito

¿Qué es madurar? Un proceso de camino hacia la vida adulta compuesto por tres fases. Durante la primera el niño, adolescente o joven es un objetivo pasivo del que cuidan lo demás, por lo general los padres. En un segunda etapa, el joven cuida ya de sí mismo. En la tercera, la de la madurez, la persona adulta no sólo se vale por sí misma sino que asume la responsabilidad de otros, generalmente de los hijos, pero no sólo. A mayor madurez, menor frivolidad.

Pues bien, la inmadurez de la ministra Chacón le llevó a anunciar el cambio de la cúpula militar antes de conocerse los agraciados, nombramientos que ejecutó el 18 de julio, mientras la brigada mediática del PSOE lo canturreaba por los telediarios de los canales adictos. Volvía así a repetir el error de su jefe de filas, escenificando el presunto franquismo de los militares, además de perpetrar los nombramientos más sectarios de entre todos los posibles, especialmente el de "el general de Moncloa", como se conoce en las Fuerzas Armadas a Fulgencio Coll, nuevo jefe del Estado Mayor del Ejército de tierra.

Todo sea por mantener encendida la hoguera del odio y abierto el proceso que llevó a la Guerra Civil de 1936-39.

A este paso, la Transición no se cerrará jamás.

Eulogio López