Sr. Director:
Con razón los arrullos del jueves tarde en el parque de Abelardo Sánchez tenían un tono diferente. La Banda Sinfónica tomaba de nuevo el templete del retiro albaceteño con la presencia de un público fiel y la expectación y el acompañamiento del arrullar de las palomas.

Con razón los arrullos del jueves tarde en el parque de Abelardo Sánchez tenían un tono diferente. La Banda Sinfónica tomaba de nuevo el templete del retiro albaceteño con la presencia de un público fiel y la expectación y el acompañamiento del arrullar de las palomas.

Pero de lo que intentan hablar estas líneas es de otra cosa. Resulta que encontrábase servidor en pleno concierto, sentado en un banco frente al templete, inmerso en la lectura de El Hereje, de don Miguel Delibes, y escuchando la magnífica interpretación de El barbero de Sevilla, de G. Rossini, cuando la señora de pelo gris se acercó. Tendría alrededor de unos 60 años, ni muy alta ni muy baja, con la esbeltez por silueta y una revista en las manos. Yo, a vueltas con los dimes y diretes de Lutero, su reforma y –como siempre pasa- contrarreforma, a penas me había percatado, en un principio, de su presencia. En esto que escucho, en un tono sigiloso, como sin querer molestar, un tradicional "buenas tardes".

Buenas tardes.

Hemos llegado a unos niveles de progreso y avance científico y tecnológico que nunca jamás hubieran imaginado nuestros antepasados y, sin embargo, un cortés "buenas tardes" dicho por un "extraño" llama nuestra atención. O al menos la de servidor. Las buenas maneras, los nobles modales, la cortesía –que no quita lo valiente-, deberían volver a ser protagonistas del día a día y de nuestra relación con los demás. Tampoco nuestros antepasados hubieran imaginado que un gesto de educación como el citado merecería unas pocas líneas a modo de comentario, carta o artículo, pero aquí está. Buenas tardes.
Fdo. Juan Pablo L. Torrillas