El creador, Miquel Barceló no lo ha regalado, más bien ha preferido venderlo y se ha sacado seis milloncejos de euros, aunque el valor artístico de la creación es, naturalmente, incalculable, inconmensurable e inimaginable, tres adjetivos que pueden atribuirse al infinito y a la nada, indistintamente.
Barceló es el mismo genio que realizó una capilla en la catedral de Palma de Mallorca. Pregunten al cabildo, que están muy contentos con la maravilla. El señor Dean todavía cuenta hasta 1.000 si se le pregunta por el asunto. Y no se crean, que tampoco le salió mal: 5 milloncejos por una cueva-capilla. Cuando le preguntaron si la iba a ornamentar, por aquello de que era una capilla, preguntó de qué le estaban hablando. Puestos a hablarle le explicaron que no vendría mal, en una capilla católica, una cruz. Entonces señaló una hendidura en un lateral -las obras de Barceló son una colección de hendiduras-, y aseguró que eso era una cruz, vanguardista, pero cruz.
Tímidamente, alguien objetó que, si se trataba de una capilla, a lo mejor convenía poner un altar, más que nada para poder celebrar la eucaristía. Barceló no acababa de entender qué cosa era un altar, pero cuando le dijeron que era una especie de mesa que presidía una especie de asamblea, se negó en redondo. Aquello rompía su creatividad y la creación y, por si no lo saben, es algo sagrado.
Al final, el Deán le mandó a paseo y colocó un altar, al tiempo que ha intentado que la capilla pase lo más desapercibida posible. Ni que decir tiene que nuestro artista está muy dolido con el espíritu oscuro y simple de la clerecía. Ni asistió a la inauguración.
A Ginebra sí que ha asistido, quizás porque el presidente Zapatero es un hombre de exquisita sensibilidad artística y las Naciones Unidas constituyen la verdadera Iglesia del futuro. Además, se trataba de decorar el techo del salón de reuniones, igualito que Miguel Ángel en la Capilla Sixtina y la emulación de los genios históricos. Mucha ilu. Pero Barceló supera a Miguel Ángel, a la postre un mercenario del Papado, que dibujaba motivos bíblicos perfectamente visibles y hasta inteligibles. No, Barceló es un artista moderno y sufriría horrores si el público entendiera lo que pinta, graba o esculpe. Basta conque él mismo no lo entienda.
Eso sí, tras sesudas investigaciones, un equipo de expertos ha deducido que Barceló pinta cuevas, quizás las cuevas de su Mallorca natal, y las cuevas poseen la enorme ventaja de que son informes como el caos y amorfas como las ideologías. Pero este descubrimiento no debe salir de la provincia. De la provincia de Mallorca.
Artistas geniales como Barceló siempre me recuerdan que el emperador, contra lo que certifiquen miríadas de expertos, camina en cueros por las calles. Y lo más cabreante es que al sastre le hemos pagado seis millones de euros por rasgar el aire. Lo cual no es nada porque, como creo haber dicho antes, la genialidad no tiene precio. En ocasiones, tampoco tiene valor, ni objeto, ni significado. Pero no estoy hablando de la capilla Sixtina de Barceló, donde, seguramente, Naciones Unidas podrá celebrar, en un futuro luminoso, los cónclaves de la nueva religión universal, la Carta de la Tierra y la adoración a la diosa Gaia, que es una diosa de lo más feminista. Eso sí, Barceló tendrá derecho a una comisión de lo que la nueva Iglesia reciba, no de impuesto alguno, sino del patrocinio de las multinacionales y del erario público español.
Y a Barceló que me le nombren obispo de la Nueva Era. ¿Y Zapatero? Papa, qué menos.
Eulogio López
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