Sr. Director:

El empate técnico que parece producirse a dos meses de las elecciones generales en España entre el PSOE, partido en el poder, y el PP, está calentando el ambiente. El Gobierno actual durante los últimos cuatro años ha ido cometiendo tales desmanes morales, eso si,  bajo la bandera de los "derechos humanos" que harían  enrojecer al dictador más cualificado. Su más reciente intento es el de silenciar las criticas de la Iglesia (clérigos y laicos) a leyes inicuas que atentan contra la persona y la convivencia, pretendiendo en  la democracia española reducir al católico a un mero "contribuyente contemplativo".

Ante este panorama el católico ya sabe a quién no tiene que votar en primer lugar. La cuestión que se plantea ahora es la siguiente. Cualquier partido de la oposición, sea o no mayoritario, si no lleva en su programa electoral la abolición inmediata de todas y cada una de esas leyes, promulgadas en la actual legislatura o heredadas de las anteriores, fruto todas ellas de una cultura de muerte, en ese caso el católico no puede votar tampoco a ese partido, a no ser  que pretenda con su acción cooperar con el mal.

Dicho más claro y por poner el ejemplo más notorio: si el P.P. considera (según declaraciones del Sr. Rajoy), el tema de los "matrimonios" homosexuales tan sólo una cuestión semántica; si no se modifica la ley para que el matrimonio y la familia se sustenten  jurídicamente sobre la unión  de un hombre con una mujer, con la reinstauración en el ordenamiento jurídico de conceptos como padre y madre; si no se garantiza la libertad de culto y de expresión lógicas en un país democrático y aconfesional; si no se anulan leyes que merman el derecho de los padres a la educación de sus hijos; si no hay una voluntad firme y un programa concreto  para terminar de forma radical con la manipulación embrionaria, sea en la clonación o con otros  fines  por muy loables que pudieran parecer; si no se compromete en su programa, el P.P. o el partido que sea,  a poner fin a las decenas de miles de homicidios cometidos en España, año tras año, por la despenalización del aborto… si esto no ocurre, falte uno o algunos de los puntos enunciados   el católico no puede votar a esa formación política.

Queda esto claro en   la  Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política,  promulgada en el 2002 por la Congregación por la Doctrina de la Fe: "La conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral. Ya que las verdades de fe constituyen una unidad inseparable, no es lógico el aislamiento de uno solo de sus contenidos en detrimento de la totalidad de la doctrina católica."

Alguien podría alegar el argumento del "mal menor" (conozco más de un clérigo que lo mantiene). Escogemos este partido porque es menos malo que  el actual, a pesar de sus imperfecciones. Pues va a ser que no. Nunca es lícito realizar el mal menor moral. Se puede elegir el mal menor entre dos males físicos ante los que no queda más remedio que escoger, pero entre dos males morales la  alternativa no existe. Sólo Dios puede sacar bien del mal pero el españolito de a pie, no. Un mal moral no se convierte en bien porque se lo escoja en sustitución de otro mayor. Esto es cae por su peso.

No es la primera vez  que algunos partidos políticos  de "centro" intentan arrimar "el ascua a su sardina" reclamando con estas tácticas el "voto católico". Conviene no engañarse. Hay ejemplos sobrados en los que el triunfo del "mal menor" ha dado el poder a partidos que reclamando el voto católico han consentido, como es el caso de la Democracia Cristiana en Italia, una legislación anticristiana (divorcio, aborto, etc.).

El votante católico corre el riesgo ante la presión actual del PSOE, de "soltar lastre" optando por  el mal menor de elegir otros partidos menos radicales en su laicismo, sin una reflexión profunda, creyendo que es  una forma inteligente de favorecer económica o físicamente a la Iglesia olvidando que la mayor riqueza de la Iglesia -su única riqueza- es el testimonio de la Verdad, testimonio que legaron otros hombres de otras épocas que supieron dar ejemplo de fidelidad a unas creencias, dar testimonio de coherencia y de honradez,  desde su vivencia de la fe.

En esas estamos.

Pedro Iglesias

pedro@famiglesias.com