Sr. Director:
¿Existe de veras en España la ética?, ¿ha desaparecido de la mayor parte de la ciudadanía la comprensión del verdadero significado de los términos moral y ético?
Y es que, señores, si uno se fija en la reacción de una gran parte del pueblo español ante determinadas situaciones que se dan en el ámbito de la política nacional o respecto a los cambios producidos en las costumbres y hábitos de determinados sectores de la sociedad; no podemos menos que llegar a la conclusión de que: la moral y la ética son los dos grandes desconocidos de esta generación de ciudadanos que compartimos estos años de dislocación colectiva.
Claro que si analizamos los años en los que han gobernado los socialistas y nos fijamos en cuales han sido sus prioridades, especialmente más recalcables desde que Zapatero se hizo con el poder; no nos debe maravillar que, los que les votaron, y muchos de los que no lo hicieron, pero que se sienten más cómodos con esta moral acomodaticia y relativista que se han ocupado de transmitir, a través de sus dirigentes y de los medios de comunicación que les son afines; se hayan desgajado de sus principios éticos y morales para entregarse a la práctica laica, egoísta e insolidaria que consiste en el carpe diem y en el olvido de todo lo trascendente.
Es evidente que el socialismo, derivado de la séptima internacional comunista, la del frente popular, ha tenido, de siempre, como objetivo primordial el cuartear los regímenes democráticos, del signo que fueran, por medio de dos armas básicas: el laicismo y la destrucción de la familia tradicional.
Ya fue Azaña aquel que cuando entró la Segunda República se apresuró a decir aquello de que "España ha dejado de ser católica" Se extralimitó en su juicio y no tardó en comprobar que lo que había dicho no era cierto. Sin embargo, se ocupó de que la enseñanza religiosa desapareciera y fuera sustituida por la pública que, como no podía ser menos, era laica y anticlerical. El resultado fue que el número de analfabetos en vez de disminuir fue en aumento, debido a que el Estado no disponía de medios suficientes para sustituir a las órdenes religiosas que se dedicaban a la enseñanza. Pero comenzó a plantar la cizaña, luchando abiertamente contra la moral que predicaban los curas pintándola como patrañas de la religión. Tampoco hizo nada para evitar los asesinatos de religiosos y la quema de iglesias; todo valía para socializar el país y fomentar el libertarismo que, en la práctica, se convirtió para la gran mayoría de personas decentes, en el liberticismo más oprimente.
Otra de sus obsesiones ha sido el destruir la unidad familiar fomentando los divorcios, el amor libre y la homosexualidad. De siempre la familia había sido la célula básica de la sociedad. En ella los padres eran los garantes del mantenimiento de las buenas costumbres y los que transmitían a sus hijos los valores culturales y éticos. Los hijos bebían de los usos y las enseñanzas de sus mayores para, siguiendo su ejemplo, organizar su propia existencia. El respeto a las normas establecidas, el seguimiento de una moral en la que se diferenciaban claramente los conceptos del bien y el mal, huyendo del actual relativismo materialista, y una extendida creencia en una vida trascendente donde las acciones de esta existencia serían premiadas o sancionadas en la otra; establecían los límites de la conducta humana y mantenían un cierto orden en el comportamiento de gran parte de la humanidad.
Fruto de los gobiernos socialistas, que hemos tenido la desgracia de padecer, ha sido el cambio radical de nuestra sociedad, que ha ido evolucionando paulatinamente hacia el materialismo, agnosticismo o el ateísmo como elementos destructivos de las creencias religiosas de la juventud y, estas mutaciones, han procedido básicamente de la laicización de la enseñanza en la pública, copada por enseñantes surgidos del más radical anticlericalismo. Los resultados no han tardado en causar mella en la juventud, una juventud a la que se ha aleccionado para que cuestione todo tipo de autoridad y que, al coincidir generalmente con la pubertad – edad crítica de los jóvenes– ha hallado terreno abonado para asimilar tales enseñanzas. La rebelión comenzó con enfrentamientos a la autoridad paterna, para luego, por ósmosis lógica, convertirse en un rechazo frontal a toda norma o imposición, con lo que se ha llegado a subvertir el concepto mismo de libertad por libertinismo. El resultado lo padecen aquellos mismos que fueron causa de la causa, que ahora se ven sometidos a las consecuencias previsibles de sus desvaríos docentes. La falta de autoridad a la que se enfrentan actualmente los maestros y catedráticos son lodos derivados de aquellos polvos. La sociedad ha caído en su propia trampa y perecerá víctima de su propio egoísmo; veamos, si no, los resultados de las encuestas que se van publicando, donde grandes grupos de ciudadanos de a pie admiten, sin sentirse horrorizados de ello, que el Estado ceda ante los terroristas; que las víctimas del terrorismo se humillen ante los verdugos; que los forajidos, criminales y verdugos resulten vencedores y que las trampas, los engaños y las injusticias beneficien a quienes los practican en detrimento de sus víctimas, las personas honradas. Al final tendremos que decir con madame Roland: "¡Ah Libertad! ¡Cuántos crímenes se cometen en tu nombre!" Lo malo es que esta deriva no lleva camino de corregirse y que, cuando queramos hacerlo, ya no llegaremos a tiempo.
Miguel Massanet
MASSBOSCH@telefonica.net