En cierta ocasión comentaba entusiasmada, con unas amigas, sobre un viaje que pensaba realizar. Una de ellas, en tono humorístico, me dijo: "Me parece que te ha entrado la "concu". Desconocía esa expresión y me hizo gracia el comentario al saber que correspondía al vocablo "concupiscencia", que significa deseo o atracción vehemente de la persona hacia algo.
En aquel momento era una forma de relacionar una tendencia o inclinación hacia cualquier afición o gusto que podría parecer exagerada, como por ejemplo: concupiscencia de tele, viajes, diversiones, compras excesivas…
Pero al asumir este término la cultura cristiana, adquiere un matiz religioso que afecta en profundidad a la razón humana, pudiendo llegar a contrariar las aspiraciones más elevadas del ser humano.
Se puede reflejar unas veces como ambición de acaparar bienes (avaricia); otras, como búsqueda de placeres sensuales (libido); otras, en fin, como afán desmedido de gloria y poder. Su existencia es un hecho que abarca desde la niñez hasta el fin de la vida. Persigue únicamente la satisfacción personal, independientemente del bien o mal que pueda ocasionar. Su origen está en el amor propio, que hace a la persona incapaz de amar a alguien.
Afirman los expertos que el rasgo de desorden radical y casi irremediable que envuelve a la concupiscencia es algo difícilmente explicable. La constitución cuerpo-alma de la personalidad humana proporciona la posibilidad natural de un desorden interior; pero ni la Psicología, ni la Antropología, ni la Filosofía de la Historia, a despecho del optimismo naturalista, pueden dar razón acabada de un hecho tan absolutamente incongruente. La concupiscencia es un dato en buena parte misterioso, que sólo puede hacerse inteligible con la luz de la fe.
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se hace referencia a esta palabra en muchas ocasiones. Ya en el libro del Génesis aparece Eva que, tentada por la serpiente, incumple el mandato de Dios por el deseo del fruto prohibido. Igualmente la caída del rey David con la mujer de Urías. Posteriormente, San Juan declara en su Evangelio que "todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida", pasaje que ha tenido mucha influencia en el ascetismo cristiano.
Sin olvidar a San Pablo alentando a vivir según la ley del espíritu, que para él no sólo la lujuria es concupiscencia sino también el odio, la envidia, los celos…, todo lo que atenta contra el bien del prójimo.
Sin embargo la concupiscencia no es invencible. La inclinación al placer sensible no tiene por qué ser, irremediablemente, consentimiento de la voluntad; se puede controlar cuando se quiere luchar, convirtiéndose así en mérito y progreso interior de la propia dignidad humana.
Dios proporciona todos los medios para salir victoriosos. El reconocimiento de la propia debilidad es ya un golpe eficaz contra la concupiscencia. San Pablo lo proclama: "Muy gustosamente, pues, continuaré gloriándome con mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo".
La flojera, las excusas, la desgana y similares, proceden muchas veces de lo que particularmente denomino "cochina pereza" y que suele esgrimirse como un eximente para justificar el no cumplimiento de los deberes propios de cada persona, olvidando que la pereza es uno de los pecados capitales, al mismo nivel de los otros seis: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia…
Pepita Taboada Jaén