Mes de mayo. Señor, si no me curas se lo diré a tu madre
Benedicto XVI se negó a dictar lo que hubiera sido el quinto dogma mariano: la Virgen María Corredentora. Aseguraba que ese título hubiera sido una reiteración. Una pena, porque, al igual que la Concepción Inmaculada de María, el dogma principal, tiene por protagonista a España, que no paró hasta conseguirlo. La figura de María como corredentora anda a caballo por las obras de muchos santos de Europa que siempre han apuntado en esa dirección.
Comienza el mes de mayo, cita obligada en España, país al que San Juan Pablo II, el papa más mariano del siglo XX, cuyo lema era ‘Totus Tuus’, calificaba como “Tierra de María”.
España es la 'Tierra de María' y el amor a la madre nos hace a los españoles caballerosos y viriles
Este es el momento en el que me viene a la cabeza aquella anécdota del Santuario de Lourdes, al que acudió un enfermo con la siguiente oración-chantaje: “Señor: si no me curas se lo cuento a tu madre”.
Y es que los devotos de María siempre han sabido que Cristo no niega nada a Su Madre y que el cariño a la Virgen es exigente, muy exigente, pero al mismo tiempo, síntoma inequívoco de predestinación.
Lo mismo sucede del firmamento hacia abajo. Los hijos saben que las madres riñen más pero también dan más -creo que acabo de cometer un delito de odio contra la igualdad, espero que no me demanden-. Por eso saben a quién tienen que pedir las cosas.
En los países cristianos es donde más se respeta a la mujer. Allá donde no se valora la maternidad...
España es la tierra de María y eso ha forjado nuestro carácter. El amor a la madre nos hace viriles y caballerosos. Y si no amamos a la madre, si no valoramos la maternidad, tampoco valoraremos a la mujer, que es la marca de España, de Europa y de la civilización cristiana en general. Donde más y mejor se respeta la mujer es en los países cristianos.
Mes de mayo, no puede pasar inadvertido. Nos jugamos mucho, en todos los aspectos. España necesita de Santa María, ahora más que nunca, entre otras cosas porque el amor a María es, repito, síntoma inequívoco de predestinación. Para personas y para naciones.