Un ciudadano con mascarilla
Decíamos ayer que en las calles españolas la gente camina en silencio. Oyes el eco de tu propia voz e incluso la conversación, no digamos nada la sonrisa o la alegría, están mal vistos.
Los progres marcan el ritmo y los políticamente correctos se han vuelto serios y plúmbeos, y han decretado sin necesidad de recurrir al BOE, que cualquier expresión de alborozo atenta contra la seriedad de un Gobierno que libra una batalla feroz contra “la lucha de nuestras vidas” (Sánchez) o contra la mayor pandemia de las últimos 100 años (María Jesús Montero).
Lo cierto es que están librando una batalla para forzar un régimen totalitario y, como paso previo, una población temerosa y, por tanto, sumisa. Es la técnica del Nuevo Orden Mundial (NOM), del que la progresía española -Sánchez e Iglesias, principalmente- son entusiastas seguidores.
El problema sigue siendo el miedo a la muerte de un español que parece haber perdido su fe
Vamos con una serie de detalles. La mascarilla es un peligroso acicate para la cobardía propia del anonimato. ¿Alguien se ha dado cuenta de que parecemos facinerosos, asaltantes de trenes en el viejo oeste, escondiendo nuestra identidad detrás de una mascarilla cuya virtudes no están probadas y que, encima, comenzamos a utilizar cuando ya el virus ha remitido?
Y luego está la “nueva relación basada en la distancia social”, como aseguró la precitada Marisú, que tanto nos anima a disfrutar de ella. La cosa consiste en mantener la distancia de seguridad, aproximadamente dos metros durante los próximos dos lustros. O sea, que hablemos a grito pelado. Eso, me temo, no va a animar mucho la convivencia… sino el guerracivilismo vigente en España. Ahora ya ni tenemos que hablar con nadie, mucho menos con el discrepante… aunque los sordos estarán contentos.
El problema de fondo, el porqué pasa todo esto, sigue siendo el miedo a la muerte de un español que parece haber perdido su fe. Sí, a que te mate el virus. Al comienzo del liberticidio de Sanchinflas, es decir, del confinamiento, me ocurrió algo que ya he contado en estas pantallas. Un hombre, una mujer y tres perros, que bramaban contra el templo ante le que pasaban:
Y es que para aquel buen hombre, la iglesia estaba abierta, el virus le iba a matar. Es el mejor reflejo de la España confinada -y hasta confitada- que no ha traído Sanchinflas y que aprovecha Pablo Iglesias.
El riesgo cero no existe. Pero es que, además, las precauciones no hacen otra cosa que aumentar el pánico
Y como nos hemos descristianizado, como ya no confiamos en Cristo, tampoco creemos en la vida eterna… pues todo lo que tenemos es esta vida. Y claro así el miedo a morir -lógico- se convierte en pánico irracional a la muerte y en una vida convertida en mera y lamentable supervivencia. Recuerden: los médicos no nos han alargado la vida, sino la vejez.
Por cierto, el riesgo cero no existe. Pero es que, además, las precauciones no hacen otra cosa que aumentar el pánico.