En primer lugar, Francisco es el Papa y es el Papa quien debe juzgar a los fieles, no al revés.

En segundo lugar, el Papa no tiene por qué caernos simpático. Si nos cae bien, mejor para nosotros; si nos cae antipático, peor para nosotros, porque estamos obligados a sentir por él el mismo afecto -más que respeto- filial.

Sólo pido que no caigamos, sobre Bergoglio, en alguna de estas tres manipulaciones:

1.La manipulación progre, también conocida como la ‘pabloiglesias’. Es decir, el Papa está conmigo. Por ejemplo, Francisco ha apoyado el ingreso mínimo vital (IMV). Lo cierto es que Francisco no ha hecho tal cosa ‘ni jarto vino’. Pero Iglesias, como buen comunista, es un mentiroso y su especialidad consiste en repartir bendiciones o injurias manipulando, tanto en uno como en otro caso, a todo quisque.

Y cuando el Papa hable del Corazón amante de Cristo, de la devoción al rosario o de que la Iglesia vive de Eucaristía, ¿qué hacemos, Pablete? ¿También en esto coincidimos con Francisco y Francisco con nosotros? Para el progre es un Papa de quita y pon: ahora lo utilizo, ahora lo ignoro.

2.La manipulación contraria, la que llaman conservadora: Francisco no debía haber recibido a Jordi Évole. Yo pienso igual, como tampoco debía haber recibido al otro retorcido, a Eugeni Scalfari. Y la acusación al Papa fue inmediata: si lo ha hecho es porque está en su onda.

No, yo creo que Francisco quiere dar una posibilidad de salida… hasta a personajes como Évole y Scalfari. Si algo define a este Papa es su obsesión por salvar lo salvable. Puede utilizar unos métodos que a mí me parecerán más o menos eficaces -generalmente me parecen erróneos- pero no dudo de su rectitud de intención.

3.La manipulación de los tibios: es un Papa espléndido porque se preocupa por los pobres, por el planeta, por la igualdad… Vale Morgan: ¿hay algún pontífice de toda la modernidad que no haya hecho lo mismo? Recuerden que una de las técnicas de la tibieza consiste en aguar la caridad en mera solidaridad y el amor en mera filantropía.

Pero todo ello no quita que Francisco sea un verdadero Papa, un vicario de Cristo en la tierra.

El siglo XXI supone la suprema inversión de valores de la historia cristiana

Y tampoco quita, atención, atención, que las tres visiones sí, las tres, permanezcan en el siglo XX. En la pasada centuria imperó el relativismo, en el XXI, la blasfemia contra el Espíritu Santo. Muchos piensan que seguimos en el siglo XX y por ello, utilizan parámetros falsos.

Francisco es el primer Papa al que le toca lidiar con la Abominación de la Desolación, con un cambio de centuria que supone la crisis más profunda de la toda la historia de la Iglesia y que terminará, seguro, en el Reinado Eucarístico.

Me explico: el siglo XX fue el siglo del relativismo: nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira. El bien y el mal existían pero no había manera de saber cuál era cuál. La certeza se consideraba imposible y los deseos se confundían con los caprichos, porque a fin de cuenta, el siglo XX enterró la objetividad y enterró algo mucho más grave: la certeza. Cuando la duda se mostró insufrible dimos carpetazo al relativismo.

El siglo XX fue la época -feroz- del relativismo, y grandes maestros contra el relativismo fueron el filósofo San Juan Pablo II y el teólogo Benedicto XVI. Sí, lo he dicho bien, no es al revés.

Pero a Francisco le ha toca el siglo XXI, ya bien entrado, que ha sustituido el relativismo por la blasfemia contra le Espíritu Santo. Ya no divagamos sobre lo que es bueno o malo, verdadero o falso, feo o bello, ahora hemos avanzado mucho, ahora llamamos bien al mal y mal el bien: blasfemia contra el Espíritu Santo, el pecado que no se perdonará ni en este mundo ni en el otro.

El primero en hablar de él fue un tal Jesús de Nazaret. Recuerden que cuando planteó el carácter irremisible de la Blasfemia contra el Espíritu (Mt 12, 31-32) fue a renglón seguido de que los fariseos aseguraran que expulsaba a los demonios con el poder de principales de los demonios. Es decir, llamaban Dios al demonio y demonio a Dios. O lo que es lo mismo, llamaban bien al mal y mal al bien.

Es como la contradicción en origen de todo el pensamiento y de cualquier juicio de valor. No es que no se deba perdonar, es que no se puede, porque supone la suprema inversión de valores.

Es un Papa que nos confunde pero porque le juzgamos con criterios del siglo XX. Y esa es otra historia

El ejemplo del paso del relativismo a la blasfemia contra el Espíritu lo tienen en el paso (siglo XX) de la despenalización del aborto a (siglo XXI) al derecho al aborto: ¿Derecho a que una madre asesine a su propio hijo en sus propias entrañas? ¿A eso le llamamos derecho? 

Ahora, háganse esta pregunta: Si ustedes fueran Francisco y vivieran en esta etapa fin de ciclo, en plena Abominación de la Desolación, en plan batalla Eucarística, ¿cuál sería su actitud? Más que pedagógica consistiría en salvar lo salvable, ¿verdad?

Pues esa es la manera de comprender el papado de Francisco. Bastante hace.

Y no le exijan que cambie a algunos buitres que le rodean. No puede.