Noticia Padrón municipal y libro de Rops

Comento con un compañero periodista las elecciones del 4 de mayo en Madrid y me corta con cierta brusquedad:

-Estamos hablando de política, no de moral.

No se puede separar política y moral porque la política siempre es moral (o inmoral)

No digo que la moral sea más importante que la política, digo más, mucho más: digo que la política, toda ella, es moral y nada más que moral. La única opción que le queda es que sea inmoral. Pero eso no es una alternativa, es una perversión. Ejemplo: hablar de aborto y de derecho a la vida es política pura.

Buena prueba de todo lo anterior es que cuando un pueblo se desmoraliza, el Gobierno intenta a cualquier medio un rearme moral… que casi nunca se consigue desde arriba ni a través del Boletín Oficial del Estado.

Verbigracia: uno de los preceptos morales más primarios es la supervivencia de la raza humana. Por eso, toda sociedad empieza a decaer cuando, también por mor de la opulencia, comienza a no tener hijos. Desde que el mundo es mundo, los padres se vuelcan con sus hijos y hasta que no están criados no recuperan su vida propia. Y esto no es malo: es buenísimo.

Si eso no se cumple, el Gobierno intenta desesperadamente que aumente el número de hijos con el BOE en la mano. No porque amen la vida, sino para que mantengan el Estado y defiendan a la nación… resulta que no lo consigue ni a golpe de leyes ‘moralizantes’. Como diría mi abuelo, cuando la cabra tira al monte…

Esto ocurre con la natalidad pero también con cualquier otra virtud moral.

Asegura el historiador Daniel-Rops que “los Estados se han mostrado siempre incapaces de devolver sus fundamentos a la moral desde el momento en que los han dejado ceder”.

Hemos llegado a un punto en el que no podemos soportar ni nuestros vicios ni los remedios que nos curarían

La España de hoy me parece bastante a la del siglo II de nuestra era en la Roma, por aquel entonces la ciudad más poderosa del mundo. Acudamos a Rops: “La Madre de los Graco había tenido doce hijos pero al comienzo del siglo II se alababan como excepcionales los matrimonios que tenían tres”.

No sólo eso. El divorcio estaba a la orden del día. De hecho se eludía el divorcio porque se eludía el matrimonio, trocado en amancebamiento. Continúa Rops: “El celibato (no por amor a Dios, se lo aseguro) tenía todas las ventajas, la principal de las cuales era asegurar al rico, una fiel clientela de herederos en expectativa. Y no se privaba de nada, porque la esclavitud suministraba compañeras más dóciles que las esposas y renovables a placer. El aborto y el abandono de niños tomaron proporciones aterradoras… Una inscripción de tiempos de Trajano que de 181 niños recién nacidos 179 eran ilegítimos”.

Octavio Augusto intentó revertir la situación con leyes moralizantes para combatir el divorcio y el adulterio. No tuvo el menor éxito. Fue entonces cuando Tito Livio pronunció su famosa frase: “Hemos llegado a un punto en el que no podemos soportar ni nuestros vicios ni los remedios que nos curarían”.

Y como vamos de citas, apunten la sentencia de Voltaire, nada sospechoso de ser un moralista: “no me considero capaz de gobernar a un pueblo de ateos”.

Es decir, un pueblo que no acepta ninguna instancia moral superior, una persona que decide por sí misma lo que está bien y lo que está mal. Y es que Voltaire podía no creer en los dogmas de la Iglesia pero sí creía en las virtudes cristianas. A lo mejor no temía el infierno, pero temía al caos.

No me considero capaz de gobernar a un pueblo de ateos

¿Verdad que todo lo dicho le recuerda a la España de hoy?

Conclusión: un país se derrumba cuando no tiene hijos -es decir, no tiene vitalidad- y cuando vive de limosna. En España urge un salario maternal digno para tener más hijos… y más trabajo, aunque sea forzado y tenga que crearse con cargo a la deuda pública.

El Imperio Romano cayó por lo mismo: adulterio, amancebamiento y sopa boba. Como ahora mismo, aquí al lado.