De entrada, no me gusta lo que está ocurriendo en Venezuela e incluso, ni Juan Guaidó, ni Leopoldo López. A pesar de que su audacia merece aplauso, tampoco son santos de mi devoción. Y más: tengo pocas esperanzas de que se logre el objetivo de echar a Maduro mediante un golpe militar. La labor de Vladimir Putin apoyando al tirano resulta muy terminante frente a un Occidente que utiliza las dos vías: o la cobardía europea, fielmente representada por España, o la baladronada norteamericana, que ama pero no golpea.  

Ahora bien, dicho esto, el pacifismo del Gobierno español empieza a resultar tan ridículo como patético. Me encanta contemplar a la portavoz del Gobierno, Isabel Celáa, pico de oro, asegurar que España no quiere un derramamiento de sangre en Venezuela, cuando el derramamiento de sangre, y de hambre, lleva meses consumiendo a los venezolanos.

El Gobierno Sánchez habla de evitar un derramamiento de sangre… que ya ha empleado. De sangre y de hambre

O a la vicepresidenta -no me extraña que Sánchez quiera librarse de ella- pidiendo una solución pacifica y democrática. Oiga, ¿y si Nicolás Maduro no se marcha ante el empuje pacifista y democrático?

España, y toda Europa con ella, ha vuelto a hacer el ridículo en Venezuela: apoyo a Juan Guaidó pero no el golpe de Estado de Guaidó contra Nicolás Maduro.

España no quería entrometerse… y ahora le han entrometido.

Y es que, más allá de la superficialidad pacifista, existe la guerra justa y hasta el golpe de Estado justo. Por ejemplo, un golpe de Estado militar contra el tirano Nicolás Maduro sería justo y es necesario.