• La iletrada Faustina Kowalska estuvo investigada por el Vaticano hasta 1981.
  • En 1965, el arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, inicia un proceso para su beatificación.
  • Juan Pablo II, tras canonizar a Kowalska, promulgó la fiesta de la Divina Misericordia.

Faustina Kowalska nació el 25 de agosto de 1905 en la aldea polaca de Glogowiec, provincia de Konin, y murió el 5 de octubre de 1938, en Cracovia.

Conocida como el apóstol de la Divina Misericordia, Kowalska estuvo bajo investigación del Vaticano hasta 1981, aunque los años más duros para saber si estábamos ante una loca, una estafadora o una santa fueron los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo XX. No es de extrañar: mujer que había tenido una de las revelaciones más nítidas y continuadas de la historia de la Iglesia da que pensar.

No obstante, ya en 1965, el entonces arzobispo de Cracovia, un tal Karol Wojtyla, había iniciado, para sorpresa de la Curia Vaticana, el proceso informativo sobre la beatificación de Kowalska. Para el obispo que litigaba con el Partido Comunista Polaco, Faustina era una santa revolucionaria, no una farsante ni una vidente iluminada.

No me extraña nada que el Vaticano se lo tomara con calma. Al lector novato del Diario de santa Faustina (hablamos de una santa de un solo libro, pero se basta y se sobra) se le encienden todas las alarmas preventivas. Una monja sin estudios, muerta a los 33 años de edad ponía en solfa toda la historia filosófica y canónica del siglo XIX, el siglo de las ideologías. Kowalska no ponía en solfa la justicia del Creador pero la pretería a su inconmensurable misericordia.

Me explico: una monja iletrada le daba la vuelta al calcetín de la historia eclesiástica para volver a la paciencia finita de Dios con el Hombre (finita, precisamente porque termina con la justicia de San Pedro, San Pablo y los padres de la Iglesia). Y todo ello en un lenguaje comprensible hasta para el último campesino polaco y un análisis del alma humana y de la situación en el mundo incontestable hasta para el más grande de los padres conciliares. Traducido al castizo, el mensaje de Kowalska puede leerse de esta guisa: en un mundo que va como va, lo mejor es acogerse a la misericordia de Dios, primer y último refugio del hombre redimido.

La devoción a la Divina Misericordia se extendió por todo el planeta con velocidad inusitada pero al modo de Redentor: presente en los cinco continentes pero sin aparecer en los medios informativos.

Karol Wojtyla nació en Wadowice el 18 de mayo de 1920 y murió en Roma el 2 de abril de 2005. Quien luego sería conocido como Juan Pablo II introdujo el concepto del amor de Dios, de la misericordia infinita del Dios encarnado, en el Concilio Vaticano II, hasta convertirlo en la clave de la magna reunión. Un Concilio que no es, como se piensa demasiadas veces, una rebaja de las exigencias para los fieles sino el recordatorio de que cristiano no es el que cree en Cristo sino el que ama a Cristo. Es decir, sí se rebaja el nivel en los aspectos formales pero se intensifica en la esencia de la fe, que es la caridad.

El Concilio Vaticano II se inspira en la religiosa polaca y su fijación en la Misericordia Divina no representa sino el proyecto del Padre Eterno para la persona, la última oferta del Juez de última instancia del género humano para un mundo a la deriva, marcado por la locura triste de la modernidad. Si ese proyecto se quiere fechar en algún momento de la historia eclesiástica, habría que hacerlo en la implantación y extensión -implementación, que diría un 'yupi'- de la comunión frecuente, diaria, que iniciara San Pío X en 1905, para afrontar la temible amargura jansenista, una de las herejías más perniciosas y más desconocidas que se recuerdan.

En cualquier caso, Juan Pablo II fue el hombre que derribó el comunismo con la sola fuerza de su palabra, fiado de la fuerza irresistible de un hombre que confía en Dios.  Precisamente, el diario de santa Faustina reitera que la virtud más difícil para el cristiano es la confianza, confianza en Dios Padre, un vuelco en la ascética de muchos siglos.

Juan Pablo II pasa por ser uno de los grandes pensadores de toda la era moderna, pero se repite menos que el pensamiento juanpaulino que se enraíza en el trato clemente de Dios con el hombre. Por si sus ideas no lo dejan traslucir, el Papa polaco sacó del interdicto a su compatriota Kowalska, la beatificó y la canonizó. Es más, promulgó una nueva fiesta -creo que la única de todo el siglo XX- al instaurar la Divina Misericordia y fechar su celebración para el domingo posterior a la Resurrección. Murió en la víspera de dicha fiesta (comulgó en la eucaristía anticipada de ese día).

En el diario Kowalska, escrito durante los años 30 del pasado siglo, Jesucristo revela a santa Faustina, que "de Polonia saldrá quien debe preparar al mundo para mi segunda venida".

 

Kowalska-Wojtyla (II). La maldición polaca

 

  • Polonia es el arquetipo del romanticismo, pero del romanticismo católico.
  • El Islam intentó conquistar el Viejo Continente desde el suroeste y desde el este. Los españoles tardamos ocho siglos en expulsarles de la península.
  • La humildad de los polacos no tiene parangón ni tan siquiera con su coraje.
  • La soberbia cobarde de las potencias europeas no encuentra el momento para expresare su gratitud a los polacos pero Lenin sí es consciente de lo acaecido.
  • El salvamento de Polonia va a servir para que Kowalska lance la revolución de la Divina Misericordia. 

La maldición polaca se compone de dos elementos: su coherencia con la fe cristiana y su lucha por la subsistencia como pueblo. Sólo los polacos, borrados del mapa sucesivamente a lo largo de su historia y siempre vueltos a resucitar, entienden que la palabra patria significa 'padre', más que nada porque se han quedado huérfanos más veces que ningún otro. La imagen que el mundo tiene de 'Polska' se compendia en la frase "pobres polacos". En efecto, han sido invadidos por protestantes suecos, austriacos imperiales, paganos nazis y ateos bolcheviques. Sobre todo los dos últimos pretendieron borrar a los polacos del mapa, de la historia y de la existencia. Polonia es el arquetipo del romanticismo, pero del romanticismo católico. Nadie como los polacos para perseverar más allá de toda esperanza. Además, los 'pobres polacos' salvaron al menos dos veces a la civilización cristiana Occidental y a toda Europa. El Islam intentó conquistar el Viejo Continente  desde el suroeste y desde el este. Los españoles tardamos ocho siglos en expulsarles de la península, pero la lucha llegada desde Bizancio también tuvo su enjundia. En 1683, el poder turco se ha enseñoreado de los Balcanes (ahí quedó su no muy salutífera huella, y cerca Viena, capital centroeuropea). Si Viena hubiera caído probablemente habrían llegado hasta Normandía. Pero allí estaba para evitarlo el rey polaco Jan III Sobieski. Europa le debe mucho a los húsares alados, quienes cargaron contra los mahometanos, muy superiores en número, y les derrotaron. Sobieski reveló el espíritu polaco en su sentencia final: "Llegué, vi, Dios venció". La humildad de los polacos no tiene parangón ni tan siquiera con su coraje. Sobieski entregó al Papa Inocencio XI el estandarte verde de Mahoma que enarbolaban las tropas del gran visir turco. La batalla de Viena, combinada con la victoria naval Lepanto -esa batalla que sólo el británico Chesterton supo convertir en elegía gloriosa-, detuvo a los islámicos en lo que Juan Pablo II llamaba el "segundo pulmón" del viejo continente, la Europa del Este. Pasaron tres siglos y, en 1920, un Estado polaco renacido tras la I Guerra Mundial, desaparecido durante 150 años, se enfrenta a la maquinaria del Ejército Rojo, del primer Lenin. Un Ejército que sólo había reparado en Polonia como mero puente de paso, pues su objetivo era expandir la revolución bolchevique por toda Europa y cuyo destino último era Gibraltar. Los pobres polacos no constituían ni objetivo militar y, de hecho, su Gobierno, más pusilánime que su pueblo, ya había enviado emisarios para la rendición. Las invencibles fuerzas de Ejército Rojo, liderado por uno de los grandes asesinos de la era moderna, Feliks Dzerzhinsky, el hombre que alumbró la Checa, o policía secreta de los soviets, se planta frente a Varsovia, en la ribera exterior del Vístula. Es la milicia de Trotski, uno de los pocos comunistas sinceros que hayan llegado alto, razón por la cual fue asesinado a miles de kilómetros al oeste. Polonia se prepara para otro horror apenas dos años después de su renacimiento. Todo ello cuando Santa Faustina Kowalska es una adolescente de 15 años llegada desde la poquedad de una aldea campesina y el mismo año en que, al sur, en las estribaciones de los montes Tatras, nacía un muchacho llamado Karol Wojtyla. Polonia huele a masacre y, sobre todo a masacre indiferente. Pero en esas surge otro romántico, el mariscal Jósef Pilsudski, que se niega a obedecer las órdenes de rendición que esperaba Lenin, empeñado en reservar a sus hombres para Alemania y Francia. Pilsudski encuentra una brecha en el Ejército de Trotski y se dispone a aprovecharla. En un movimiento estratégico de una osadía reservada a los dementes y a los santos, retira varias columnas del frente y aprovecha la brecha de los soviéticos en plena noche. Se sitúa a su retaguardia y ataca por sorpresa a unas fuerzas que le decuplicaban. El resultado es que los polacos sufren 200 bajas por miles los rusos, que abandonan las posiciones y huyen hacia el este. Lenin tendrá que esperar para convertir a toda Europa en una dictadura proletaria. La soberbia cobarde de las potencias europeas no encuentra el momento para expresare su gratitud a los polacos pero Lenin sí es consciente de lo acaecido. Confiesa a sus compañeros que el milagro del Vístula ha supuesto un momento crucial para "la historia del mundo". Luego, como el gángster que era, jura venganza sobre los polacos hasta acabar con ellos "de una vez por todas". Como todos los matones, moriría sin ver cumplidas sus amenazas. Para conquistar Polonia, los comunistas tuvieron que valerse de la acometida nazi. Una vez más, los polacos habían salvado la civilización occidental. Pero nadie lo valoró. El salvamento de Polonia va a servir para que Kowalska lance la revolución de la Divina Misericordia y para que, en el ambiente creado por una religiosa sin estudios que comenzará así su diario: "Para mí, solamente el momento actual es de gran valor. El tiempo que ha pasado no está en mi poder, cambiar, corregir o agregar no pudo hacerlo ningún sabio ni profeta, así que debo confiar a Dios lo que pertenece al pasado. Oh momento actual, tú me perteneces por completo". Faustina marcaba la cronología y la cosmovisión cristianas, tan alejadas de las pesadillas del pasado como de ilusiones futuras, tan lejos del resentimiento como de la vanidad mundana por alcanzar la cumbre. La cosmovisión cristiana es la del eterno presente, porque en el presente es donde el tiempo coincide con la eternidad. Y a partir de ahí comienza la odisea de la monja escondida, su famoso Diario, escrito muy a su pesar, porque no se sentía capaz ni tampoco sentía la necesidad de dar a conocer su amistad con el Redentor. Pero Cristo se había empeñado en que una monja tuberculosa y semianalfabeta le diera la vuelta a la historia en su tramo final: "Jesús, tú ves qué difícil es para mí escribir y que no sé describir lo que siento en el alma… pero me mandas escribir, oh Dios, esto me basta". El Padre Eterno estaba preparando el camino.

 

Kowalska-Wojtyla (III). Los que importan son el Otro y los otros

 

  • Nunca fue España más universal que cuando dio sus mejores energías a la colonización de Iberoamérica
  • Faustina comienza a tener revelaciones de Cristo en los años 30 del pasado siglo XX.
  • Las revelaciones no se tienen, se sufren, porque Dios es muy exigente con el alma premiada
  • En 27 años de pontificado, Juan Pablo II se convirtió en el hombre más visto y oído de todo el siglo XX.
  • El futuro Papado ya estaba en aquellas palabras, de la escuela Kowalska.

Cuenta George Weigel en la que, sin duda, es la mejor biografía de Juan Pablo II, que la "nación polaca sobrevivió a la destrucción del Estado polaco, porque los polacos llegaron a creer que el poder espiritual era, con el tiempo, más eficaz en la historia que la fuerza bruta". Es cierto, sólo la fe en Cristo ha mantenido viva a Polonia a lo largo de su procelosa historia. Posiblemente, sea el país que mejor ha tratado a los judíos, quizás porque los polacos tienen algo en común con los judíos: ha sido su fe lo que ha sobrevivido a todas los descuartizamientos políticos. Los polacos no son una raza, pertenecen a la raza eslava, y su única esencia, la que permanece a lo largo de mil invasiones, es su fe. Otra nota distintiva de los polacos es que, como ocurriera en la España de los Reyes Católicos y hasta Felipe II (a partir de ahí, el asunto empezó a torcerse), el patriotismo va unido a la universalidad y todo con un objetivo sobre natural: el Reino de Cristo. Nunca fue España más universal que cuando dio sus mejores energías a la colonización de Iberoamérica, la única que acabó en mestizaje, no en sustitución de una raza por otra y la única donde la expansión de la fe católica era el primer objetivo. Catolicidad y universalidad -sinónimos- en los principios innegociables. Los polacos no colonizaron a nadie, bastante tuvieron con sobrevivir pero al menos en dos ocasiones salvaron a Europa y el estandarte de su héroe nacional, no especialmente pío, Tadeusz Kosciusko aseguraba: "Por vuestra libertad y la nuestra". Los polacos que lucharon en la mayor batalla de la II Guerra Mundial en suelo italiano, dejaron este epitafio: "Nosotros, soldados polacos/por vuestra libertad y la nuestra/entregamos nuestros cuerpos al suelo de Italia, nuestras almas a Dios/pero nuestros corazones a Polonia.  Esto es: nuestra libertad importa, no menos que la de todos". En este caldo de cultivo se criaron Faustina Kowalska y Karol Wojtyla. Faustina comienza a tener revelaciones de Cristo en los años 30 del pasado siglo XX. Es decir, empieza a hacer oración, a hablar con Dios… y resulta que Dios le responde. Para distinguir al falso profeta del verdadero no sólo hacen falta dos preguntas, sino dos peticiones: la primera es: "Señor, que yo no te invente, que no hable por tu boca". Los falsos profetas tienden a convertirse en protagonistas y jamás cuestionan el origen divino de sus revelaciones; los profetas sinceros sólo se cuestionan a sí mismos. Diario de Santa Faustina: -Jesús, ¿no eres tú una ilusión? Respuesta: -Mi amor no desilusiona a nadie. Era diálogo, no esquizofrenia, pero la vidente confiaba en Dios y desconfiaba de sí misma. La segunda nota distintiva del profeta es que su diálogo con el Creador nunca se encamina hacia uno mismo sino que se encamina a los demás, a los otros. Las revelaciones no se tienen, se sufren, porque Dios es muy exigente con el alma premiada. Es un privilegio, sí, pero incómodo. El diario de Santa Faustina lleva ese sello: desagraviar, consolar a Dios y rogar por el prójimo. Y todo ello sin otras referencias a sí misma que sus propios errores: sólo importa el Otro y los otros, nunca uno mismo. En 27 años de pontificado, Juan Pablo II se convirtió en el hombre más visto y oído de todo el siglo XX. Hablaba de continuo pero jamás de sí mismo. Ni sus entrevistadores consiguieron horadar su intimidad. De hecho, sabemos muy poco de él. Es la marca de los santos: si pueden evitarlo, no hablan de sí mismos. Lo que sabemos del Papa polaco es porque no ha tenido más remedio que contarlo o, las más de las veces, porque lo han contado sus amigos: primero, por vuestra libertad, luego, por la nuestra: la mía poco importa. El olvido de sí mismo, la clave de la felicidad humana, y la confianza en Dios, los mamó Wojtyla de la historia de Polonia y de los escritos de Santa Faustina. En una de sus obras dramáticas, el joven poeta Lolek, como era conocido, escribe que hay que escapar de la celda del egoísmo para "ser conquistado por el amor", porque el amor obliga a "alumbrar", a ser fructífero… aunque todo alumbramiento conlleve dolor. El futuro Papado ya estaba en aquellas palabras, de la escuela Kowalska.