Nuestro nuevo santo laico se llama Ángel, por “ayudar a su mujer a morir”. No le ayudó a morir: le mató. Y con un afán de protagonismo que, con todos mis respetos, a mí no hace que se me revuelva el corazón, más bien se me revuelve el estómago.

Pero resulta muy emocionante, aseguran los más nobles partidarios de la eutanasia. Oiga, con las emociones no se legisla, se legisla con las ideas y con los hechos. Y el hecho principal aquí es que Ángel mató a su mujer María José.

Este señor mató su mujer.

La eliminación del débil se disfraza de siempre de compasión

La eutanasia es una gran hipocresía y encima inútil, dado los avances en cuidados paliativos.

Pero es que, además, estamos en una campaña aberrante donde la eliminación del débil o del molesto, se disfraza de compasión.