Toda muerte violenta supone una tragedia. Ahora bien, la historia de Jacinto Siverio (en la imagen), hoy de 82 años de edad, entonces cuatro años menos, es singular. Dos jóvenes (26 y un menor de edad) entraron en su chalet familiar donde se encontraba él, su mujer y su cuñada.

No sólo pretendían robar sino que empezaron a golpear a su mujer y con sadismo. Por ejemplo, pillándole la mano en el quicio de una puerta y pillándosela una y otra vez.

Entonces Jacinto les engaña, consigue coger un revólver y dispara. Dice que para asustar pero todos suponemos que para defenderse de unos salvajes. Mata al mayor. El menor es detenido… y Jacinto es condenado por los tribunales. Ahora la acusación pide para él 4,5 años de cárcel. Repito: podría ir a prisión por defender a su esposa de una tortura y su hogar de unos desalmados.

Por cierto, dice Jacinto que sigue confiando en la justicia. Pues yo no, Jacinto: acato y respeto la decisión de los tribunales pero sólo cree en la justicia divina.

Lo más gracioso es que el asaltante menor detenido asegura que, si él hubiera estado en la situación de Jacinto, hubiera disparado a matar. Y no a uno, a los dos, apostilla.

Los jueces aseguran que sus sentencias se acogen a la ley. Pues entonces habrá que cambiar la ley.

En cualquier caso, el Rey pidió a los jueces, en la entrega de despachos celebrada el lunes en Barcelona, que respondieran a la confianza depositada por la sociedad en los jueces. No, Majestad: la confianza, primero, hay que ganársela. Que una cosa es acatar, otra respetar, otra aceptar y otra, bien distinta a todas las anteriores, confiar. Las tres primeras actitudes es obligación de todo ciudadano: la cuarta no.

Y, por cierto, ahora que tanto protestamos contra el uso de armas en Estados Unidos, ¿podría Jacinto, un anciano, defenderse de dos jóvenes sin contar con un arma de fuego?

Porque eso es lo que tiene de bueno el arma de fuego: permite al débil defenderse del fuerte.