La fusión Unicaja-Liberbank afronta su recta final. Si nada se tuerce a última hora, las dos entidades comenzarán 2021 con el pacto sellado y pendiente, únicamente, de su ejecución. La clave para llegar hasta aquí, después de un primer intento fallido, fue la aceptación de la ecuación de canje (59,5-40,5), que diferencia con claridad a la entidad absorbente (Unicaja) de la absorbida (Liberbank). Y es que la primera tiene 63.000 millones de euros en activos mientras la segunda ronda los 45.000 millones.

Por cierto, esta fusión no arregla nada -ninguna lo hace- y únicamente dará como resultado una entidad que liderará la división de los medianos, pero que está predestinada a seguir fusionándose para terminar formando parte de uno de los grandes grupos bancarios que queden en España.

Pero volvamos a lo que nos ocupa. Ahora se trata de trasladar esa ecuación de canje a lo más alto del organigrama. Sobre la mesa, el CEO de Liberbank, Manuel Menéndez, cuenta con un punto a su favor: la predilección del BCE por el modelo Herrhausen: el consejero delegado asume todas las funciones ejecutivas mientras el presidente se queda con el abogado, el periodista y las relaciones públicas.

Ahora bien, el problema de la doctrina del BCE es que la gobernanza actual poco tiene que ver con la de los años 80 del siglo pasado. El ‘abogado’, el ‘periodista’ y el responsable de las relaciones con los poderes públicos de antaño abarcaban menos funciones que los actuales y estaban más delimitadas.

En cualquier caso, el modelo Herrhausen que han adoptado -según los criterios actuales- Caixabank y Bankia, no se aplicará a Unicaja-Liberbank, en primer lugar porque, mientras allí el presidente ‘no’ ejecutivo proviene de la entidad absorbida (Bankia), aquí proviene de la absorbente (Unicaja).

En el fondo, se trata de quién manda y quién gestiona. Porque no es lo mismo, ni mucho menos. El primero no está en el día a día, pero, sin embargo, es quien traza las líneas maestras y, sobre todo, es quien puede echar al CEO. Es el esquema que siguen, por ejemplo, las empresas familiares que tienen un primer ejecutivo ajeno a la familia. La propiedad no gestiona, pero manda.

En el caso que nos ocupa, se trata de delimitar muy bien las funciones de Manuel Azuaga como presidente ejecutivo y de Menéndez como consejero delegado. No se preocupen: no será un problema para el acuerdo final que deben sellar antes de enero. El problema será el día después a la firma.

Otra cuestión es la edad de ambos. Hablamos de un presidente ejecutivo de 73 años frente a un CEO de 61. Y recuerden que la doctrina del BCE establece los 75 como edad máxima para permanecer en lo más alto. Sea como fuere, recuerden el caso de Francisco González en el BBVA: accedió a marcharse antes de cumplir 75 pero con el compromiso del BCE de respetar el nombramiento de su sucesor, Carlos Torres, como presidente ejecutivo. ¿Que el día a día lo gestiona el CEO Onur Genç? De acuerdo, pero Torres manda sobre él.