A buenas horas, mangas verdes. El presidente de la CNMV, Rodrigo Buenaventura, está preocupadísimo por los criptofestivales, como el convocado para el sábado en el Palacio de Deportes de Madrid. ¡Qué grande, don Rodrigo! Desde que surgieron las monedas virtuales, la CNMV calló, pero cuando la hidra empezó a adquirir más cabezas, es decir, ahora que es muy difícil vetarlas, casi imposible, don Rodrigo se rasga las vestiduras.

En la Edad Media la emisión de monedas se castigaba con pena de muerte. Estos chicos eran inteligentes. Sabían que quien crea un medio de pago sin responsabilizarse de su valor, sin referencia alguna para cuando vengan los agujeros, está perpetrando un poder que nadie le ha concedido y del que se desentenderá en cuanto vengan mal dadas. Y cuando uno se da cuenta de ello, todo el romanticismo libertario del que no cree en la soberanía monetaria, por ser soberanía, no por ser monetaria, se va al garete.

Veamos: una sociedad que funciona según el principio de que “todo lo que es, puede ser y debe ser”, acepta el bitcoin simplemente por eso, porque es. Y los inversores en cripto son seres arcangélicos que sólo buscan una ganancia lícita. Es un pensamiento inductivo, ese que Hilaire Belloc decía que no era pensamiento en modo alguno dado que lo tenemos en común con los animales.

Ahora bien, si pensáramos ‘en deductivo’, según Belloch el único pensamiento posible, tendríamos que hacernos dos preguntas:

¿Para qué sirve el bitcoin? Para Nada. ¿Quién responde por el bitcoin? Nadie.

Es difícil prohibir las criptomonedas a estas alturas, pero, al menos, que queden claros los riesgos.

Ahora bien, las criptomonedas se están normalizando, a pesar de la sucesión de quiebras, impagos, corralitos y blanqueos del mundo cripto. A lo mejor es porque los buenaventuras de turno temieron pasar por autoritarios del tipo Carlos I y acabaron en melifluos del tipo Carlos II... que fue el que la lió.