Sobran los tratados sobre las criptomonedas, es decir, ese casino que opera sin referencias y que se ha convertido en lo que estaba llamado a convertirse: un instrumento para todo tipo de delitos, especialmente de blanqueo de dinero y fraude fiscal. Me basta con que reparen en el siguiente cuadro que revela la evolución del cambio en dólares del bitcoin, la moneda virtual más famosa, durante la última década. Pasar de 400 a 43.252 dólares, pues hombre, es como para detenerse a pensar.

Es más, no se trata, solo, de una evolución disparada de su cotización sino de altibajos sin fundamento que, naturalmente, y esto es lo más grave, no tienen referencia alguna. No hay banco central detrás, ni economía, ni gobierno, que respalde la cotización del bitcoin.

Las criptomonedas operan en el mundo de la acracia y todo lo anarquista posee una aureola de libertad: la libertad de la ley de la selva, donde el fuerte se impone al débil, a dentelladas. Pero no debemos olvidar que una divisa es, ante todo, una expresión de soberanía nacional y, por tanto, alguien, el Estado responde de ella. Los problema del bitcoin son dos: es pura especulación y nadie responde de ella. Nunca debió nacer. Y si resulta difícil, como todo lo digital-universal terminar con ello, entonces hay que arrebatarle su poder liquidatorio de deudas… antes de que haya más víctimas.