Reunión en Escocia, donde Trump había ido a jugar al golf, entre el presidente de los Estados Unidos y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Han acordado que el comercio entre Europa y Estados Unidos se desarrolle bajo unos aranceles mutuos del 15%, aunque para algunos sectores, como el acero, ese porcentaje se eleve al doble y hasta al triple.

Pero no sólo eso, Von der Leyen, como buena alemana, siempre temerosa de Estados Unidos, se ha comprometido a que Europa siga comprando energía y armas a USA. En los dos sectores estratégicos, por tanto, el viejo continente pierde soberanía. Vamos, que seguiremos siendo vasallos de Washington.

El 15% es la mitad que los aranceles que ahora mismo impone Estados Unidos a los productos chinos.

En cualquier caso, el pacto no acaba con el colonialismo de Pekín ni crea una área de libre comercio en el mundo libre, frente a la tiranía china... que se suponía era el objetivo final de toda la guerra comercial de Donald.

Era un buen objetivo, pero entre tanta polvareda se nos perdió don Bertrán. Ya nos hemos olvidado de cuál era, o debería ser, el objetivo de la guerra arancelaria: detener el colonialismo chino de Occidente.    

Sí que ha servido para que, al menos, Europa, la aletargada Europa, caiga en la cuenta de que está siendo sometida por la tiranía china. La última negociación comercial entre Bruselas y Pekín fue dura, y eso es bueno, pero no oigo hablar de una zona de libre comercio europeoamericana, sólo de un acuerdo que se reduce a la mitad los impuestos a China y que no exige que Europa se muestre dura con el sátrapa Xi Jinping.

Una pena.