Ojalá volvieran las cajas de ahorros / Fotos: Pablo Moreno
Se cumplen ahora 10 años de los conocidos como decretos Guindos sobre solvencia bancaria que, en pocas palabras y empezando por el final, supusieron el final de las cajas de ahorros, seguramente la mejor aportación española a la historia financiera del mundo. El ministro de Economía de Mariano Rajoy fulminó a unas cajas de ahorros que no podían seguir el proceso de ampliación de capital de los bancos por la sencilla razón de que no eran sociedades anónimas y no podían acudir a los mercados como los bancos. Ojo: y les iba bien... hasta que llegaron los decretos.
Lo de 2007 sí fue una crisis bancaria. Y feroz. Provocada por la codicia especulativa, concretada en aquellas 'subprime' que no eran otra cosa que volver a vender lo ya vendido, que a cada paso costaba más y valía menos.
La solución a la crisis comenzó por ser buena, la lógica, la que imponía el sentido común: que quiebren los quebrados. Que los accionistas pierdan todo su dinero y que los depositantes más modestos recuperen su dinero. Lehman Brothers se cerró. Pero cuando empezó el efecto dominó de crisis las autoridades se asustaron y pusieron en marcha planes de salvamento, con más o menos dinero público.
Pero lo peor, con serlo, no fue eso. Lo peor fue lo que vino a continuación: se instauró en todo Occidente el absurdo principio de que un buen banco es el que tiene mucho capital, no el que tiene poca morosidad. Es decir, el burro grande ande o no ande. Lo pequeño fue prescrito.
Fue la época de la crisis bancaria global, luego crisis financiera también global, ligada a una crisis de deuda soberana. Todo ello producto de la especulación. En España, encima, el Gobierno Rajoy, con Luis de Guindos como ministro de Economía, modificó la naturaleza de las cajas de ahorros. Se nos dijo que la culpa era la politización de las cajas de ahorros, que se habían convertido en el cementerio de elefantes para políticos, sindicalistas, patronales, economistas en edad de merecer, algún académico y otros notables de mal vivir. Y, desde luego, eso no ayudó.
Guindos hundió a las cajas de ahorros y estamos pagando muy caro el asunto: por ejemplo, con el empeoramiento del servicio bancario
Ahora bien, el problema no fue ese: el problema fue que la cajas no eran sociedades anónimas y no podían acudir al mercado con la facilidad de los bancos. Empezaron a caer como moscas y Guindos les exigió la conversión en sociedades anónimas: un desastre.
Aún hoy seguimos pagándolo caro. Por ejemplo, con el empeoramiento del servicio bancario y la consunción de redes de oficinas por mor de una digitalización costosísima que repercute negativamente en millones de clientes.
Ojalá volvieran las cajas de ahorros.