Coinbase salió a Bolsa en el Nasdaq y terminó la sesión con una capitalización de 100.000 millones de dólares o 83.000 millones de euros de (381 dólares por acción), lo que supera el valor de cualquier empresa del Ibex.

En paralelo, la cotización de la plataforma Coinbase, dedicada a comprar y vender criptomonedas (ojo, no a fijar precio, que se supone se fija matemáticamente) elevó el precio del bitcoin, rey de las divisas virtuales, hasta un nuevo record: por 1 bitcoin se pagan 63.000 dólares. Revolución bursátil mundial con la mayor burbuja que hayan inventado los muy ‘creativos’ mercados financieros, que nada producen para el bien común. 

Los mercados financieros se guían por el mismo mandamiento que la informática: no existe lo bueno y lo malo sino lo posible y lo imposible.

Las monedas virtuales son lo que San Juan Pablo II llamaba “financierización de la economía”, una acracia monetaria donde el bien común no importa: sólo la ganancia particular, el memorial del avaro

Y a todo esto, ¿para qué sirve un bitcoin? Para comprar más bitcoin o para ganar dinero en monedas reales, con la misma incertidumbre que un casino o que la lotería nacional. Pura especulación.

Hombre, a mí ya me gusta eso de que retemos y hasta ridiculicemos a los engreídos bancos centrales pero no al precio de la libertad, no económica, sino individual. Recuerden que Coinbase no es más que una plataforma informática donde se negocian monedas virtuales… sin reglas, sin origen y que no sirven sino para aumentar, o disminuir, la cuenta corriente.

Además, es el mundo pitagórico: el hombre en manos de la máquina que sólo sabe hacer cuentas. Los escritores de ciencia ficción deberían dedicarse en exclusiva al bitocin para describirnos una sociedad pavorosa, con el ser humano esclavo de un algoritmo al que, encima, venera como a un dios. Es decir, la idiotización de la raza humana.

Analicemos lo ocurrido el pasado miércoles 14 de abril (tenía que ser el Día de la República). Pedro Sánchez diría que fue una jornada histórica. Tiene toda la razón: pura historia negra.

Además, el bitcoin nos aboca al trueque. A lo mejor no es mala idea pero resultaría un mundo muy simple y muy complicado

De entrada, el bitcoin se disparó con Coinbase… el día en que muere Bernard Madoff, aquel maestro de la estructura piramidal que se fue directo a la cárcel con 150 años de condena. Madoff hacía lo que han hecho muchos estafadores a lo largo del tiempo: pagar intereses elevados a antiguos incautos a costa del nuevo dinero que le daban nuevos incautos. Si la bolsa no seguía subiendo permanentemente, llegaba, llegó un momento en que no tenía dinero y el asunto estalló. Eso fue lo que le ocurrió a Madoff con la crisis financiera de 2008.

Pues bien, el bitcoin y coinbase son otro Madoff, pero encima ciego. No le otorgan el poder al ingenio de don Bernardo, un jetas de mucho cuidado, sino a una máquina, que no es ni buena ni mala, no es una caradura ni un incauto: es una máquina, simple pensamiento matemático, el segundo grado de abstracción, una mala imitación del pensamiento racional del hombre. Y el hombre se pone en sus manos.

Más: las criptomonedas no tienen referencia, no las respalda nadie sino una ecuación, razón por la que en el mundo medieval, gente sensata, se condenaba a muerte al emisor de monedas fraudulento: sabían de lo que estaban hablando, ellos fueron los que inventaron el patrón oro.

Pero, sobre todo, ¿para qué sirven las criptomonedas si no es para especular?

El bitcoin potencia uno de los grandes males de nuestro tiempo: el anonimato, es decir, la irresponsabilidad

Las monedas virtuales son lo que Juan Pablo II llamaba “financierización de la economía”. Traducido: la economía financista, circular, es decir, vuela sobre sí misma, absolutamente estéril, burbuja especulativa desde el primer momento, una acracia económica donde el bien común no importa: sólo la ganancia particular, el memorial del avaro.

La única solución al bitcoin y a la economía financista, al océano de liquidez en le que nos movemos, es volver al patrón oro o a cualquier otro tipo de patrón. Ahora mismo caminamos en dirección opuesta.

Además, el bitcoin nos aboca al trueque. Si la moneda no es un instrumento de cambio de bienes y servicios, no es un miedo sino un fin: hoy el bitcoin vale 1 y mañana vale 3: he ganado dos. ¿He prestado algún servicio a la sociedad? Ninguno.

A lo mejor no es mala idea lo del trueque pero resultaría un mundo muy simple y muy complicado. Por ejemplo; en un mundo de trueque, ¿cómo valoras la actividad intelectual?

Pero a día de hoy, para mí lo peor de esta fiebre bitcoin es que potencia uno de los grandes males de nuestro tiempo: el anonimato, es decir, la irresponsabilidad y la cobardía. Recordemos que no es sólo que el bitcoin carezca de referencia monetaria. La referencia del euro es la soberanía del Banco Central Europeo (BCE) que responde de él. En definitiva, la referencia del euro es la soberanía europea. El bitcoin no es que no tenga referencia ni nadie quien lo respalde: es que no sabemos ni quién lo creó. Por tanto, no sabemos ni por qué vale lo que vale. Y eso antes de que se haya consolidado como medio de cambio ya que apenas se puede utilizar en unos pocos establecimientos. Cuando se generalice… ¡que Dios nos pille confesados! El fantasma de unos ahorros de toda una vida evaporados de la noche a la mañana, podría dejar de ser un fantasma insomne para convertirse en dolorosa realidad.

Y es que una moneda controlada por una ecuación podría hacer los goces de Pitágoras pero a mí me aterra. No es que confíe ciegamente en el hombre pero tengo claro que prefiero confiar en el hombre a confiar en el número. El hombre puede tener el corazón podrido pero las máquinas no tienen corazón.