Nota a nota, en cada Eucaristía los feligreses se convierten en potenciales transmisores del coronavirus. Salmos, Aleluyas y cantos de cada celebración se convierten en herramientas de difusión del virus. Eso es lo que opina la muy eximia investigadora Margarita del Val.

Tras aconsejarnos que no cantemos en misa, porque eso provoca contagios, esta científica, que lleva citándonos a todos para el cadalso desde el pasado mes de marzo, culmina su alegre perorata de la siguiente guisa: “Siento decirte que hay que restringir al máximo los aforos en Misa y las visitas a las parroquias”.

Eso, dicho por una “científica” avalada por la televisión -recuerden: los científicos avalados por la tele son los nuevos oráculos de fe- en una revista editada por un obispo que suspendió las eucaristías en Madrid el pasado 14 de marzo, por razones de salud pública, resulta un banderín de enganche a algo mucho más peligroso que el sincretismo en la escuela. Es la llamada a la suspensión de las eucaristías, no por el poder político, sino por la propia jerarquía eclesiástica.

Pues bien, el Gobierno Sánchez ha escuchado a la experta y ha prohibido cantar en misa, tal como recoge el borrador del futuro plan de respuesta temprana de Sanidad. Al parecer, según distintos estudios, cada vez con más certezas, que el virus viaja por el aire y que según el tamaño de sus gotículas puedan permanecer en suspensión más o menos tiempo. El mero hecho de elevar la voz ya supone una expulsión de una mayor cantidad de gotículas. La acción de cantar es un buen ejemplo de ello, y del riesgo que supone hacerlo en espacios cerrados, aunque se lleve mascarillas (las hay de muchos tipos y no todas protegen al 100%).

¿Responderá esta vez la jerarquía eclesiástica al nuevo cerco a la celebración de la Eucaristía?

Porque, en breve, los expertos de Salvador Illa, descubirán que la Eucaristía propaga del virus... y prohibirán la Eucaristía... y cerrarán los templos. Si lo dice la ciencia...

Un detalle, cuando Hispanidad preguntó al ministro de Sanidad por qué el aforo permitido en los bares era del 50% mientras en las iglesias se rebajaba hasta el 33%, la respuesta fue: "Nos guiamos por lo que nos dicen los técnicos". A lo mejor fue la 'técnica' Margarita.