Todo lo cósmico es cómico. El hombre no entiende ni lo muy grande ni lo muy pequeño. Se le escapa lo sideral y se le escapa lo infinitesimal. Sin embargo, como ser racional pero un poco lelo, le encanta angustiase por lo sideral y lo infinitesimal, le encanta angustiarse con aquello que nunca sabrá por qué le produce angustia. A lo mejor, es porque no lo entiende.

El hombre no entiende el cambio climático. Son tantas las variables y tan pocos los elementos verificables de la doctrina que nos anuncia el apocalipsis climático, que la postura aconsejada por el sentido común consiste en quedarse muy tranquilo. Pongamos que el apocalipsis del calentón global está a punto de llegar. Bien ¿y qué? ¿Acaso podríamos hacer algo para evitarlo? Pues entonces…

Luego cabe la reacción de la pachorra integral, alejarse de la televisión y del pensamiento único. Con esto se evita que la ministra Teresa Ribera te califique de idiota, como ha hecho con Antonio Brufau, Jair Bolsonaro y Donald Trump.

¿No sería más práctico confiar en la Providencia?

Por tanto, ante lo muy grande, lo muy pequeño y lo menos adivinable de todo, el futuro, se pueden adoptar tres posturas:

La esperanza, la desesperación y la inacción.

La confianza sólo es apta para los que creen en Dios. Y sin confianza en alguien que sí controla lo que nosotros no podemos controlar no podemos liberarnos de la histeria climática y global.

Suponiendo que el apocalipsis climático esté a punto de llegar, lo más racional es tomarse un buen vino

También cabe la desesperación, que es la marca de fábrica del siglo XXI,, en psiquiatría conocida como depresión.

Cualquier cosa menos la histeria climática, que es también histeria global y que está afectando a las meninges de tantos y tantas.