Es verdad que empiezan a darse pacientes de coronavirus jóvenes, que probablemente resulte lo más preocupante de todo… dado que pone en solfa la conclusión -y si algo necesitamos son conclusiones- de que el coronavirus ataca a los más débiles. Pero es cierto que en general, lo poco que sabemos del coronavirus es que, en efecto, tiene comportamiento de hiena: no se atreve directamente pero se ensaña con las personas con menos defensas. Por eso, más que en la prevención que provoca pánico, la importancia estaría en la investigación para la sanación. Los israelíes, pueblo práctico, aseguran que tendrán dispuesto un tratamiento en semanas. Esperemos.

Y la guinda de todo el drama es la sobreactuación del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la escenografía montada por Moncloa el pasado jueves. La verdad es que si algo verdaderamente molesta es contemplar a un ególatra en el papel del  misericordioso Juan.

El principal argumento de Pedro Sánchez en su rueda de prensa sin periodistas consistió en pedir, con la premura de la exigencia y con reiteración castrense, “disciplina” a los ciudadanos. Vamos, que si su lucha contra el coronavirus no tiene éxito, y no lo está teniendo, la culpa la tienen los ciudadanos, por no cumplir sus órdenes.

La sobreactuación de Pedro Sánchez: un ejemplo más de cómo el coronavirus es mortal… y liberticida

Y esta es mucha caradura porque, ¿cómo te atreves, Sánchez, a exigir disciplina, y nada menos que por solidaridad, a los ciudadanos contra el coronavirus cuando tienes infectados a tus propios ministros? ¿Quizás no fueron disciplinados? ¿Qué pasa, consejos -órdenes- vendo que para mí no tengo? 

Se nos llama ingenuos a los católicos que pedimos, contra el coronavirus, más confianza en Dios y menos en el médicos, como si esa petición fuera un insulto a los sanitarios. Todo lo contrario, hay que reconocer el esfuerzo que les está tocando hacer. Pero insisto en la confianza en Dios porque es el único que sabe del puñetero virus. Por ejemplo, nosotros ignoramos su origen, aún ignoto. A lo mejor lo sabe Xi Jinping pero prefiero no plantearme esa posibilidad. Los científicos no pueden darnos respuestas porque aún se están planteando las preguntas. No lo digo yo sino el propio ministro de Sanidad, Salvador Illa: la alarma generada por el coronavirus se debe a que es "una enfermedad desconocida y sin vacuna disponible en estos momentos”.

Es decir, mi confianza en Dios no es por una cuestión de fe, que también, sino por razones prácticas. Por ejemplo, supone la mejor vacuna contra la histeria. De la misma forma, podría pedir que si no quieren confiar en Cristo, confíen en la estadística del coronavirus que nos enseña, entre otras cosas, el principio que debería regir nuestra actuación: es muy posible que estés infectado pero no tiene por qué pasarte nada. O sea, menos miedo a la infección porque el amigo corona es ultracontagioso pero no tiene por qué ser grave y/o letal. 

Y esa conclusión nos lleva a otras: por mucho interés que se tome el poder para encerrarnos en nuestras casas, lo importante no es la prevención sino la sanación. Lo que ocurre es que los políticos, como Pedro Sánchez, en su lamentable intervención del jueves, insistía en la “disciplina social”. Lo hace porque el mayor pecado de un político es no hacer nada o parecer que no hace nada, en pos del famoso silogismo del hombre público: “algo hay que hacer, esto es algo, hagamos esto”… sea bueno o malo.

Las autoridades españoles se han guiado por el famoso silogismo del hombre público: algo hay que hacer, esto es algo, hagamos esto

Y así surge la gran contradicción, no sólo del Gobierno español, sino de los gobiernos europeos: reducir la movilidad al mínimo. Pero resulta que la movilidad constituye el corazón de la economía. Por mucha telemática y teletrabajo que le eches, las mercancías, y la personas, tiene que moverse. Si no hay movimiento, no hay mercado agrario, ni alimentación, ni turismo, ni aprendizaje. Ya puedes establecer grandes estímulos monetarios, incluso fiscales, que son más relevantes, que no servirán para nada. 

Piénsenlo: durante las últimas horas hemos conocido que ya hay otra ministra positivo en coronavirus: Carolina Darias. Posiblemente esté infectada la Jefatura del Estado y los grupos parlamentarios están muy tocados. Es decir, si el poder que poder que aconseja disciplina para controlar el coronavirus no logra protegerse a sí mismo, ¿cómo pretende proteger a los  ciudadanos? Al final, al coronavirus le vencerá nuestro propio cuerpo y, en un año, se calcula, los médicos sabrán más de él y habrán elaborado el remedio para anularlo. Pero la prevención tiene el poder que tiene, poco, y encima provoca histeria.

Sí, la paralización forzosa tiene un poder limitado para detener al coronavirus. Sin embargo, los mensajes de tranquilidad lanzados por el poder sólo han producido lo contrario de lo que pretenden: una neurastenia colectiva que conduce a, en principio. el egoísmo y, cuando menos, a la mala educación y ya veremos si a la violencia.

En cualquier caso, más que paralizar al ciudadano convendría dedicar más esfuerzo a combatir el coronavirus, a la investigación. 

Y sigo sin ver la bondad del cierre de centros escolares.