Cristo no está en la tele. El Papa Francisco ha aclarado que la misa no es para verla, ni para oírla (por TV) sino para celebrarla. Además, no se puede comulgar por la tele.

Al parecer, el aviso resulta de lo más pertinente porque, al menos en España, la pandemia ha afectado, sobre todo, al colectivo de nuestros mayores, al menos en sus tres categorías:

1-Los que no acuden al templo por miedo a contagiarse del virus.

2.Los que piensan que la TV puede sustituir al sacramento presencial. Incluso, me comentaba un párroco, se están creando, curioso, ‘liturgias’ privadas, como la de colocar una imagen de la Virgen al lado del televisor. Por no hablar de los más avanzados, que aseguran seguir la misa por Internet… oficiada por sus prelados favoritos.

3.Los ancianos que no tienen miedo a la muerte pero a los que sus hijos presionan, a veces con indecible entusiasmo, para que no vayan a misa, cuando no les amenazan con que si acuden al templo no tendrán acceso a ellos o a sus nietos. El chantaje emocional está a la orden del día.

Urge que los obispos llamen a acudir a los templos y que se multipliquen las eucaristías. La religión católica es sacramental y social

El colectivo de mayores, unos por miedo y comodidad, otros por presión de sus hijos para que no vayan a la Iglesia es el que más ha caído en asistencia. La asistencia de jóvenes a los templos, por el contrario, no ha caído tanto. Ahora bien, esa no es una buena noticia, aunque habitualmente presuma de lo contrario. Se acusa al Cristianismo de ser una religión de viejos pero eso es bueno; al revés que para el joven, para el anciano la muerte no es algo probable sino posible y cercano. Es a esa edad cuando las personas se toman el sentido de la vida en serio y no aplazan su conversión. Los jóvenes están más en las sectas majaderas, los ancianos en la iglesia de siempre.

El Covid ha reducido la asistencia de los ancianos a los templos pero no la de los jóvenes. Pero eso no es una buena noticia

En cualquier caso, no olvidemos que el cristianismo es, ante todo, una religión sacramental, que se vive en los templos. Por eso, si hubiera que hablar de una consecuencia objetiva del Covid, deberíamos referirnos a la celebración de funerales. Pues bien, en la España de febrero de 2021 apenas hay funerales y no sólo por los prohibidos por el Covid. Tras la segunda ola, los funerales han caído en picado, por miedo al virus… por miedo de los vivos a contagiarse.

Hasta aquí lo referente a los ancianos. Los jóvenes, sin embargo, insisto, han seguido yendo a misa en la misma proporción que antes. Al menos, cuando les hemos dejado, que en zonas como Castilla-León –regida por la derecha, que no por la izquierda- lo han reducido a la mínima expresión.

El Covid visibiliza la huida de los templos. Y es grave porque debería haber sido un acicate. Ejemplo: el pueblo español no se ha vuelto a Dios para rogarle que termine con la pandemia. Pero el mal venía de atrás. El virus es consecuencia, no causa de la secularización.

El Papa aclara que la misa no es para verla (por TV) sino para celebrarla. Además, no se puede comulgar por la tele

En cualquier caso, urge que los obispos llamen a acudir a los templos y que se multipliquen las eucaristías.

En resumen, los católicos somos ya minoría en España. Y no olvidemos que la pérdida de divinidad supone pérdida de humanidad. Sí, España ha dejado de ser católica… pero una minoría permanece fiel a Cristo y en esta minoría radica la esperanza de un país desesperanzado que ha sido, a lo largo de su historia, la columna de la Iglesia de Roma. Ejemplo: se nota que una minoría continúa fiel a Cristo en que, mientras cae la asistencia a la eucaristía dominical (así como, en las encuestas del CIS, el porcentaje de españoles que se declaran católicos) aumenta la asistencia a la eucaristía diaria en todas las edades.

El Covid visibiliza la huida de los templos. Y esto ya es grave, porque la pandemia debería haber sido un acicate para volver a Dios, no al revés.