Meritxell Batet es una genuina representante del PSOE catalán: progre y equívoca a partes iguales. En la inauguración de la décimo tercera legislatura, celebrada el martes en el Congreso de los Diputados, permitió el vodevil de los separatistas catalanes y otros progres de la zona: la representación de la soberanía nacional en manos de unos progres payasetes a quien nadie ponía coto y a los que alentaba con su actitud pasiva la estrenada presidenta del Congreso de los Diputados. Gracias a Batet en el Congreso español brillaron los que odian a España, con un odio además, un tanto pueril.

Al PSOE lo único que le importa es mantenerse en el poder a cualquier precio. Por eso, no ‘desahuciará’ a los independentistas presos hasta un día después de las europeas, autonómicas y municipales del próximo domingo. De esta manera, conseguirá votos en Cataluña y el País Vasco, se hará el progre en toda España… y se mantendrá en La Moncloa.

En 2018, los regionalismos de 1978 se han convertido en nacionalismos y los valores, en identidades

El inicio de la legislatura y la constitución de Congreso y Senado demostró, una vez más, el fracaso del sistema autonómico español. Desde 1978, en que se aprobó la Constitución, lo único que ha ocurrido es que los regionalismos se han convertido en nacionalismo, separatista y violento, bien por violencia física o bien por injuria permanente (en este caso, se llama independentismo pacifista) y donde las ideas, de suyo escasas, han cedido ante las identidades. Y lo peor es que no sólo las ideas se han trocado en identidades: también los principios, los valores y las convicciones.

Pero el problema es el PSOE, que sigue repitiendo el esquema del Frente Popular de 1936: decir que es de centro político. Nadie sabe qué es el centro pero todos saben que es donde están los votos, porque el español adora la ‘moderación’.

Pero, al mismo tiempo, por exigencia del guión, el PSOE se alía con comunistas y separatistas, mismamente los que crearon el Frente Popular de 1936… que ya sabemos donde terminó.    

El problema no es el separatismo: el problema de España es el PSOE, es el Sanchismo. Y el Estado autonómico se ha convertido en un estado opresivo para el ciudadano: sólo hay que pensar en 17 gobiernos regionales, diecisiete parlamentos… todos ellos obsesionados por robarle presupuesto al vecino, sin el menor asomo de solidaridad.