Domingo de Ramos, comienzo de la Semana Santa, esta vez bajo el miedo al coronavirus. La Semana Santa no es otra cosa que la llamada universal al arrepentimiento pero centrémonos ahora en el tipo de muerte que los romanos decretaron en la cruz. El crucificado moría por asfixia… exactamente igual -como se sabe aunque tratemos de ocultarlo- muere el afectado grave por coronavirus.

Un coincidencia sin duda (las coincidencias existen, las casualidades no) pero da que pensar y nos recuerda, de nuevo, que los remedios humanos no pueden afrontar la muerte. Entre otras cosas, porque el confinamiento evita, y no al 100 por  100, ni de broma, el contagio pero no mata al virus… que es de lo que se trata.

Ante la muerte no cabe ningún remedio físico, médico o psicológico: consuelan poco. Cuando afrontas la muerte, la única esperanza posible es si hay otra vida. En otro caso, la única diferencia es si mueres con la tranquilidad, que no paz, de un estoico ligeramente amargado o si mueres con el gesto de desesperación del amargado total.

Es decir, que la ciencia puede ayudarte a vivir más pero no a morir mejor.

La Semana Santa tiene ese sentido: el Dios redentor te dice que la vida no termina con la muerte y que la vida eterna es más plena que esta.

Ejemplos: acabo de ver en la tele a una psicóloga, como no, referirse a la necesidad aprovechar el confinamiento para “contactar con uno mismo” y “hablar desde sí mismo”. Eso seguramente, resultará extraordinariamente consolador.

La ciencia puede ayudarte a vivir más pero no a morir, ni a vivir, mejor

Yo aconsejaría ir por el método, mucho más clásico, cuando la psicología era conocimiento de los seres racionales y no un grado universitario, de que volviéramos a la vieja receta del sentido del pecado que hemos perdido con la modernidad, como describe el historiador Javier Paredes en Hispanidad, del posterior arrepentimiento ante la solicitud amorosa de un Dios que “es Amor”, que se anonada hasta morir en la cruz y el lógico -para quien tenga entrañas de humanidad- de conversión y cambio de vida.

Y todo esto significa que… es urgente, tan urgente como importante, que los obispos deben volver a las eucaristías con fieles, llámeles públicas como le venga en gana. Señores prelados: los españoles no pueden estar privados de Eucaristía y menos en Cuaresma. Además, recuerden que los que han prohibido la misas públicas son ustedes, no el Gobierno. El decreto del estado de alarma sólo dice que se mantenga una distancia mínima de entre 1 y 1,5 metros. Pues hagan más misas, señores obispos, no menos. Mientras tanto, los propios ciudadanos buscan alternativas para combinar confinamiento y Semana Santa.

En el Vaticano, el Papa ha oficiado la misa del Domingo de Ramos. Con poco público, pero sí con alguno. Un ejemplo a seguir.