Lo que hoy llamamos ‘razón de Estado’ fue definido por Goethe con una frase clarividente, lapidaria… y horrible: “Prefiero una injusticia a un desorden”. Un cristiano debe decidirse siempre por la justicia y por la libertad. No es que ame el desorden, porque acaba conllevando injusticias y liberticidios, pero de los desórdenes ya nos ocuparemos luego. Es una cuestión de prioridades.

Comienza la Semana Santa con el Domingo de Ramos.

Jesucristo fue condenado por dos razones de Estado:

1.Tras la resurrección de Lázaro, el muchacho de Galilea empezó a preocupar a las autoridades judías. Algo parecido a lo que hoy ocurre en el PP con Isabel Díaz Ayuso: empieza a resultar popular… demasiado popular.

Así que se reúnen en el valle de la Gehenna, desde entonces conocido como Monte del Mal Consejo, las dos grandes familias sacerdotales, Anás, con sus cinco hijos curas y el más peligroso de todos, su yerno Caifás, con la otra gran familia sacerdotal: los Boeto. Es en ese cónclave donde Caifás pronuncia la sentencia de Cristo: “conviene que un hombre muera por el pueblo”.

Tras la resurrección de Lázaro, milagro demasiado próximo al centro del poder, había que salvar al Estado, y eso era para estos salvajes vestidos con sotana, una razón justificatoria de un asesinato oficial. Razón de Estado. 

2. Y de ahí viene la segunda razón. Pilatos condena a Jesús porque tiene miedo a que, de no ejecutar al inocente, se le rebelen los culpables que exigen su muerte. Razón de Estado en estado puro.

Pero ojo, tanto el Estado como las masas, que diría don José Ortega y Gasset (un solo hombre, no dos), es decir, la turbamulta y el Estado, siempre represores, a los que tanto tememos, no son sino gigantes con pies de barro.

El comienzo de la Semana Santa es también su final: Dios siempre vence y el mal, el maligno y los hombres maliciosos siempre parece que ganan y siempre acaban perdiendo. No tienen media torta.

Feliz Domingo de Ramos.