Al parecer, hemos olvidado que la mejor defensa contra un virus es nuestro propio organismo… y el plazo de caducidad de todo virus.

Por contra, el mundo ha entrado en un pandmeia global de histeria colectiva por el coronavirus.

Primero vino la fiebre del calentamiento global, más bien calentamiento mental y, una vez entrenados para la excitación colectiva, el propio poder ha forzado, la parálisis de la colectividad (ahora le llaman estabilidad) y la neurosis de cada individuo.

Italia, el más neurótico de todos: aislarse del mundo, quedarse en casa y eso sí, prohibir las misas

Madrid ha dejado a niños y jóvenes en casa, previsiblemente el cuidado de los abuelos, que son los principales agentes transmisores y sufridores del coronavirus. Hombre, así, durante estos 15 días, seguramente se educarán mejor -homeschooling- pero no creo que la idea sea buena. Isabel Díaz Ayuso, también se ha dejado llevar por la neuroris colectiva.

Horas después de que Díaz Ayuso decretará el cierre de colegios y universidad, hablaba con un directivo de una operadora de telefonía. Estaba exultante: las telecos van a subir, repetía, porque se impondrá el uso del teletrabajo y se multiplicará su uso. Es decir, porque nos volveremos cada día más ‘autistas’ -dicho sea con todo respeto a los que sufren esta dura enfermedad- y caerá a mínimos el trato personal y la amistad, una considerable catástrofe.

La misantropía será más grave que la crisis económica que provocará la parálisis forzada

Y el acabose es el italiano “quedarse en casa” contra el virus… y a favor de la misantropía. En cualquier caso, la solución contra el movimiento continuo no puede ser la parálisis permanente.

Y mientras, en España, Pedro Sánchez pide estabilidad. Sí, la estabilidad de los cementerios.

Y otros, como Guiseppe Conte, aprovecha para golpear a la Iglesia, que vive de Eucaristía, prohibiendo las misas en Italia. La intromisión más infame de un Estado contra la libertad religiosa de la Iglesia desde la II Guerra Mundial… porque la “Eucaristía hace la Iglesia” (Francisco) y porque la Iglesia vive de la Eucaristía (San Juan Pablo II). Y aún por otra razón; porque la clave del cristianismo es la confianza en Cristo, lo que posibilita que se afrentan sin aspavientos ni oligofrenias, tanto la adversidad como la misma muerte.

Mientras, Pedro Sánchez pide “estabilidad”: seguramente se trata de la estabilidad de los cementerios

En resumen, vivimos una histeria global y una parálisis… forzadas y alentadas desde el poder. Porque, en España, por ejemplo, estamos en proceso de subida del coronavirus. Las próximas semanas, en efecto, van a ser muy duras. Ahora bien, ¿y qué? Como si las medidas interpuestas, en especial el enclaustramiento, fueran la panacea contra el coronavirus, un virus poco letal, aunque muy contagioso. Precisamente, por esas dos razones no procedía paralizar un país… o 100 países.

Y en cualquier caso, ese virus, como todos los demás, tiene plazo de caducidad. El mejor remedio contra el coronavirus no es la vacuna, que llegará cuando llegue, sino nuestros propios organismos. No hacía falta paralizar zonas del país ni vaciar los estantes del Mercadona. Siga viviendo exactamente igual que vivía. Si acaso, lávese más las manos y todo lo demás. El resto es histeria y la histeria nunca arregla nada… ni la estabilidad tampoco.